A propósito del INPI, la historia del indigenismo: de virus colonial, a política positivista, a proceso legislativo de proletarización
"La toma del INPI: Disculpen las molestias. Estamos en estado de resistencia"
«Somos producto de 500 años de luchas: primero contra la esclavitud, en la guerra de Independencia contra España encabezada por los insurgentes.
Después por evitar ser absorbidos por el expansionismo norteamericano, luego por promulgar nuestra Constitución y expulsar al Imperio Francés de nuestro suelo.
Después la dictadura porfirista nos negó la aplicación justa de leyes de Reforma y el pueblo se rebeló formando sus propios líderes, surgieron Villa y Zapata, hombres pobres como nosotros, a los que se nos ha negado la preparación más elemental.
Para así poder utilizarnos como carne de cañón y saquear las riquezas de nuestra patria sin importarles que estemos muriendo de hambre y enfermedades curables, sin importarles que no tengamos nada, absolutamente nada, ni un techo digno, ni tierra, ni trabajo, ni salud, ni alimentación, ni educación, sin tener derecho a elegir libre y democráticamente a nuestras autoridades, sin independencia de los extranjeros, sin paz ni justicia para nosotros y nuestros hijos.
Pero nosotros HOY DECIMOS ¡BASTA!»
– Ejército Zapatista de Liberación Nacional. 31 de diciembre de 1993. Selva Lacandona.
La Expropiación del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas
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Se suele aludir, tal vez en función de proporcionar tranquilidad a la consciencia, que el movimiento zapatista resultó victorioso en su proyecto emancipatorio del Estado debido a las condiciones rurales de la Selva Lacandona.
El campo arcádico, afirman, fue una escenografía ventajosa para el levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Se plantean ejemplos de carácter metropolitano para ejemplificar la adversidad adicional que se presenta en los movimientos urbanos, cada ocupación o comuna siempre enfrentando panorama cada vez más arduo.
El movimiento de la comunidad otomí desafió esta presunción. En el corazón de la capital del territorio referido como México, después de esfuerzos bastante tumultuosos, un edificio federal fue ocupado y expropiado por el grupo insurgente otomí o ñöñhö.
El 12 de octubre de 2021 conmemoraron el primer aniversario de la operación en su lucha por la autonomía, aunque no exentos de una polémica y ardua batalla con el Estado.
En su rechazo a someterse a los métodos de pauperización bajo los programas federales indigenistas, la comunidad otomí asumió las instalaciones del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI).
Antes de la captura, los "colectivos otomíes asentados en la capital del país durante el apogeo de la pandemia sobrevivían en campamentos improvisados o vivían en edificios en ruinas, sin techo firme, ni agua1", describen Javier Hernández y Carlos Acuña.
La casa de campaña que habitaban era "blanca, de seis metros de largo por cuatro de ancho" y ocupaba toda la calle. Estaba "atada a la pared del edificio de la calle Guanajuato 200, en la colonia Roma de la Ciudad de México".
La colonia en cuestión2 se encuentra en uno de los puntos más gentrificados de la Ciudad de México3: Roma, el escenario de la "Mejor Película en Lengua Extranjera" (2018) de Alfonso Cuarón, según la 91ª edición de los premios de la Academia.
La declaración de la comunidad otomí, leída por Filiberto Margarito4, delineaba con motivo de la expropriación:
«Durante 20 años los otomíes han reclamado el acceso a una vivienda digna.
Han vivido amontonados en edificios en ruinas y campamentos sin servicios básicos en terrenos abandonados de la Ciudad de México ubicados en Zacatecas 74 y Guanajuato 200 en la Colonia Roma, Avenida Zaragoza 1434 en Pantitlán, y Roma 18, en la Colonia Juárez."
Este último sitio fue abandonado tras el terremoto de 1985, pero el de 2017 lo dejó en condiciones inhabitables y esto obligó a las personas a acampar entre las calles.
El año pasado fueron desalojados sin que las autoridades municipales cumplieran con regularizar su situación.»
Durante semanas meditaron de qué manera lograrían su entrada al edificio.
Sandra Suaste5 narra que el colectivo otomí "caminó con sigilo, y luego decidió apurar el paso para que las autoridades no les cerraran la puerta en las narices".
Después, llegaron a la sala de espera, que reconocieron con familiaridad después de los innumerables intentos por hacer oír sus voces, en vano ante el desdeño sistémico por parte de la administración federal.
En el vestíbulo, "los policías miraron incrédulos, sin entender el decomiso, sin entender que tenían que salir del edificio".
Las mujeres otomíes fueron por delante. Luego, hombres y mujeres se dispersaron por el edificio. A medida que avanzaban por las escaleras, cada escalón develaba más lujos; la opulencia de la clase política".
El trayecto ha sido largo, en medio de disputas con la policía y el aparato burocrático. Suaste esboza:
«para ser visibles, tuvieron que aprender a vivir como un colectivo: redefinirse -contra la convención- como mujeres que hablan, hombres que cocinan; salir a hablar en público, verse como pueblos, e identificar que su forma de vida no es una desgracia»
Las continuas protestas, la depuración de archivos, la quema de documentos y parafernalia del Estado -como los retratos oficiales de ex presidentes- también figuraron como elementos dentro de esta lucha.
En el aniversario de la ocupación, el local pasó a llamarse Casa de los Pueblos y las Comunidades Indígenas, «Samir Flores Soberanes».
La historia del indigenismo
El proyecto indigenista fue, en esencia, un intento de sustitución poblacional detrás del velo de la integración forzosa. El conjunto ideológico-político, que antecede a la independencia de México, se desarrolló bajo diferentes estratagemas impulsadas por la burguesía.
Explorar la crítica al indigenismo por parte de autores como Luis Hernández Navarro, Pablo González Casanova, Yásnaya Aguilar, el Subcomandante Moisés, Raúl Romero, Guillermo Bonfil –entre otras voces– es fundamental para valorar el significado de esta resistencia manifestada por la comunidad otomí.
Con la formación de la federación independiente de la corona española, el crecimiento de la política indigenista se agravó en 1856 por los efectos devastadores de la Ley Lerdo contra las tierras de naciones indígenas y las comunidades autónomas6.
«Las tierras colectivas indígenas fueron absorbidas por los municipios para pagar deudas estatales, o fueron subastadas.
Esta ley afectó a comunidades desde Yucatán hasta Oaxaca y la región de la Sierra Madre en el noroeste…»
Desde su creación, el sistema colonial ha dependido inextricablemente de la fuerza bruta. Tiende a emplear el poder del Estado, la fuerza concentrada y organizada de la sociedad, "para acelerar, como en un invernadero, el proceso de transformación del modo de producción feudal al modo de producción capitalista, y así acortar la transición7".
Como nos recuerda Marx, "la fuerza es la partera de toda vieja sociedad embarazada de una nueva. Es en sí misma un poder económico".
Aprovechándose de la imperiosa necesidad por un mapa en el camino de la tardía instauración del modo de producción capitalista suscitó que las puertas a la eugenesia se abrieran dentro del vestíbulo del México post-revolucionario.
La eugenesia, esta política pseudo-científica que propone la mejora de los rasgos hereditarios humanos mediante diversas formas de intervención violenta y discriminatoria, fue predominante en Abya Yala en la década de 1920. Los defensores de estos métodos desempeñaron un papel importante en la configuración de lo que llamaron profilaxis social, un conjunto de "mejoras" científicas conformadas por principios lamarckianos8.
Así, "el liberalismo del siglo XIX enfatizó la idea del individuo libre que lucha por sobrevivir y ascender. El racismo científico explicaba por qué unos triunfaban y otros fracasaban9".
Los Científicos
El trabajo introducido por los Científicos –una círculo íntimo de tecnócratas que funcionaban como asesores del dictador mexicano Porfirio Díaz– saturado de política positivista, operó como parte de la agenda oficial del dictador.
Las principales ambiciones de Porfirio Díaz diferían de aquellas encabezadas por líderes liberales precedentes con proclividades nacionalistas como Benito Juárez. El régimen de Díaz, aliado con la iglesia y la aristocracia, esperaba hacer circular mercancías nacionales hacia los mercados estadounidenses. Para conseguirlo, la incautación de tierras indígenas se convirtió en un imperativo.
Ante los ojos de los oligarcas, las etapas de desarrollo destinadas a establecer una verdadera relación entre el capital y la fuerza de trabajo, y la urgente instauración del transporte de mercancías para efectuar este propósito no tardaron en encontrar la manera de justificar ideológicamente la expropiación de estos territorios.
La dilapidación "de una gran parte de la tierra pública en empresas especuladoras para la explotación de los ferrocarriles permitió la rápida centralización del capital10", como los cristalizó en sus imágenes dialécticas el pintor José María Velasco11.
Manuel Gamio12, el primer antropólogo que exploró Teotihuacán, abrió el camino a los mandatos de asimilación que hoy conocemos. Su libro "Forjando Patria" delata al autor como un firme creyente de la cultura universalista (occidental), la ciencia positivista francesa y el darwinismo social.
Gamio postuló13 el problema indígena, la enunciación de que los "pueblos mesoamericanos llegaron tarde a su encuentro con Europa”. Al mismo tiempo, afirmaba con sentimentalismo la existencia de pocos “pero algunos valores positivos dentro de las culturas indias, que debían ser respetadas e incluso incorporadas a la cultura nacional" vía la homogeneidad compulsiva.
La Raza Cósmica: Darwinismo social, ahora sabor picante
Sin embargo, Justo Sierra –célebre miembro de la élite científica de Porfirio Díaz– ajustó su perspectiva liberal a la brújula de la violenta homogeneización nacionalista. Al ser elegido Ministro de Instrucción Pública en 1910, su discurso cristalizado14 en la presente documentación delata la devoción del positivismo con una variante: el nacionalismo mexicano.
“La historia del contacto de estas que nos parecen extrañas culturas aborígenes con los más enérgicos representantes de la cultura cristiana, y la extinción de la cultura, aquí en tan múltiples formas desarrollada, como efecto de ese contacto hace cuatrocientos años comenzado y que no acaba de consumarse, y la persistencia del alma indígena copulada con el alma española, pero no identificada, pero no fundida ni siquiera en la nueva raza, en la familia propiamente mexicana, nacida, como se ha dicho, del primer beso de Hernan Cortés y la Malinche, y la necesidad de encontrar en una educación común la forma de esa unificación suprema de la patria…”
Las primeras décadas del siglo pasado presenciaron la retórica indigenista a raíz de la eugenesia. Con el cambio de regimen, el discurso sufrió pequeñas alteraciones.
José Vasconcelos –distinguido “padre del indigenismo moderno” y autor de La raza cósmica– modificó el legado positivista preestablecido.
Vasconcelos consideraba al continente de Abya Yala como "la tierra elegida y madura para el desarrollo de la quinta raza" por su mayor "apertura a los extranjeros" y "su capacidad de asimilar las distintas razas que las naciones anglosajonas exterminaron15". Elogió a los colonizadores españoles y su "abundante amor que les permitió crear una nueva raza con el indio y el negro".
Las ideas de Vasconcelos impregnan la hegemonía cultural, incluso hoy en día.
La Universidad Nacional Autónoma de México lleva con orgullo su lema: "por mi raza hablará el espíritu". Su política racial y sus reformas educativas, informadas por su tendencia ideológica, son difíciles de separar del discurso predominante actual16:
"Vasconcelos es a menudo recordado menos por su cruzada educativa y más por su teoría esencialista de la supremacía del mestizo, que inspiró a los movimientos estudiantiles de toda América Latina y a los chicanos de Estados Unidos.
En México, Vasconcelos ayudó a consolidar el mestizaje como ideología nacional, lo que tuvo un profundo impacto en la política racial y cultural".
Con el mestizaje en primer plano, la nueva medida del Estado "celebró a los pueblos indígenas en un nivel puramente simbólico, sin ningún compromiso real con la reforma social17", escribe Linnete Manrique.
La retórica condujo a "estudios antropológicos de grupos indígenas, excavaciones arqueológicas de monumentos precolombinos y la idealización del indio en el arte y la literatura".
Ejemplos de esta tendencia prevalecen en la obra de Diego Rivera, Frida Kahlo, los muralistas mexicanos y Saturnino Herrán. Se desarrollaron en paralelo a la institucionalización de la retórica revolucionaria, vestigio de la fallida revolución mexicana de 1910-1920 y a la par de la incapacidad de consolidar una constelación de entidades heterogéneas unificadas mediante a la lucha de clases18:
"era el mestizo el que debía convertirse en el único protagonista de la nación mexicana, y el mestizaje la ideología oficial del Estado…"
Según González Casanova, la noción de "lucha de clases" es fundamental para la crítica sociológica europea porque pone de manifiesto las contradicciones entre el capital, la propiedad privada y el trabajo. Sin embargo, la noción del colonialismo interno19 es imperativa como ingrediente adicional en el análisis holístico de la estructura económica colonizada como,
un fenómeno integral que pone de manifiesto la singularidad del poder nacional periférico en la colonización.
Aquí, la lógica del capitalismo económico y especulativo se ajusta a la dominación patrimonial y oligárquica, generando nuevas narrativas y modos de apropiación de la riqueza local.
Pero, en la actualidad, las tensiones interétnicas entre colonizadores y colonizados ya no se limitan a los antiguos territorios colonizados. Se trasladan a las sociedades capitalistas centrales.
¿Qué aportó el proceso de mestizaje a la trayectoria nacional analizando sus contradicciones dialécticas, es decir, buscando más allá de la predominancia de esta mera corriente ideológica?
Según Enrique Semo, "el propósito de las reformas era crear una economía de mercado que le permitiera a la burguesía desplazar los monopolios oligárquicos del antiguo régimen".
Para Semo, el último año de la presidencia de Lázaro Cárdenas, 1940, "marcó el fin del ciclo revolucionario porque México se había consolidado plenamente dentro del capitalismo."
Cárdenas nacionalizó la industria petrolera, y en 1938 creó PEMEX, la compañía petrolera estatal mexicana. A pesar de manifestar una postura más solidaria tras pasar un período de reflexión constatando las privaciones económicas a las que se enfrentaban las naciones indígenas, durante su discurso en San Cristóbal de Las Casas, el 25 de febrero de 1934, Lázaro Cárdenas declaró20 que pretendía:
"convertir a los indígenas en hombres capaces de desarrollarse intelectualmente, y en una fuerza económica activa que luche por el progreso de su raza".
Las reformas agrarias y los programas educativos de Cárdenas fueron percibidos por los historiadores a principios del siglo XX como el sendero correcto para la introducción del socialismo. Sin embargo, en la década de 1970, la administración de Cárdenas fue examinada con menor entusiasmo, descritas como "poco más que parte de un esfuerzo continuo de la élite para ejercer el control hegemónico sobre la sociedad21".
La crítica del Estado bonapartista22 aparece como una herramienta útil para este proceso histórico en particular.
No obstante, proceder con cautela es crucial, ya que el posicionamiento del Estado en el escaparate como proyección holográfica del Poder (en mayúsculas) tiende a ofuscar las maquinaciones económicas que se esconden tras el velo en la condición fetichizada del sistema. El Estado es sólo uno de muchos componentes a analizar para una apreciación integral.
Arnaldo Córdova afirmó que "la Revolución Mexicana produjo un poderoso Estado bonapartista que se colocó por encima del proletariado y la burguesía".
El estado logró esto empleando la “política de masas, una política que aplacaba a la población a través de una agenda populista, mientras simultáneamente favorecía los ideales burgueses. La fachada del populismo funcionó como una importante herramienta hegemónica y contrarrevolucionaria23".
En su ensayo de 1856, el viejo barbudo destacaba que "los hombres" y otras personas "construyen su propia historia, pero no la hacen a su antojo", porque:
"De la misma manera que parecen estar ocupados en revolucionarse a sí mismos y a su alrededor, creando algo que no existía antes, precisamente en tales épocas de crisis revolucionaria conjuran ansiosamente a los espíritus del pasado, tomando prestados de ellos nombres, consignas de batalla y trajes para presentar esta nueva escena en la historia del mundo con un disfraz y un lenguaje prestados."
Una vez que el proletariado adoptó "las formas de organización y las ideologías capitalistas", observó Paul Mattick, los partidos de las trabajadoras, "al igual que los de los capitalistas, se convirtieron en sociedades anónimas; las necesidades elementales de la clase se subordinaron a la conveniencia política."
Entre los paralelos del régimen ininterrumpido del Partido Revolucionario Institucional, resuenan las palabras de Mattick24,
"Los objetivos revolucionarios fueron desplazados por el regateo y las manipulaciones para obtener puestos políticos.
El partido se convirtió en lo más importante, sus objetivos inmediatos sustituyeron a los de la clase.
Frente a las realidades revolucionarias que ponían en movimiento a la clase, cuya tendencia consiste en luchar por la realización del objetivo revolucionario, los partidos de los trabajadores "representaban" a la clase obrera y eran a su vez "representados" por funcionarios parlamentarios cuya propia posición en el gobierno constituía una resignación a su condición de negociantes dentro de un orden capitalista cuya dominación ya no se cuestionaba."
El INI
"Cambio cien discursos indigenistas por una carretera", dijo una vez Alfonso Caso, fundador y director del Instituto Nacional Indigenista (INI) entre 1949 y 1970.
Sin embargo, la culminación del INI como proyecto sociopolítico y económico no fue repentina. Las aguas del indigenismo se estuvieron fermentando durante algunos siglos, antes de la génesis de México como república independiente de la corona española.
El Instituto Nacional Indigenista (INI) se fundó de manera oficial el 10 de noviembre de 1948. No obstante, el surgimiento de la política federal tomó forma cuando se estableció el primer Centro Coordinador Indigenista (CCI) en San Cristóbal de las Casas, Chiapas.
Citando la intervención del antropólogo indigenista Manuel Gamio, en "¿Problemas matrimoniales? Una hipótesis sobre la relación entre el Estado y la antropología social en México", Bonfil Batalla25 destaca que la vinculación entre las raíces modernas del indigenismo y la antropología no puede separarse:
La antropología mexicana no nació en el claustro universitario sino en el terreno abierto de la lucha política.
Se forjó como un instrumento de acción social directa, no como un espacio de mera discusión académica.
En segundo lugar, la antropología en México nació como un campo de investigación y reflexión sobre la diversidad interna de la población del país: diversidad racial, cultural, lingüística, económica, etc.
Es el reconocimiento de esta diversidad lo que impulsó el desarrollo de la antropología por parte del Estado.
El estrecho vínculo entre la antropología mexicana y el Estado no es un vínculo meramente instrumental, que podría presumirse ideológicamente neutral. Por el contrario, existe una relación igualmente estrecha precisamente en el plano ideológico.
Así, la historiografía oficial se apoya en los datos y conclusiones aportados por la antropología que son utilizados y articulados, por supuesto, en un marco ideológico establecido en función de los intereses de la clase dominante.
La "creación de un glorioso pasado precolonial, del que se arrancan las profundas raíces de los mexicanos mestizos, ha sido la aportación ideológica de este campo; una aportación congruente y complementaria a las exigidas por la etnología y la antropología social."
La antropología fue el factor determinante para definir el nebuloso concepto de lo "indígena". Tras argumentos a favor y en contra, el contraste con la cultura dominante se hizo evidente: "la cultura del grupo indígena podría estar compuesta predominantemente por elementos de origen europeo; pero el hecho de que tales rasgos ya no estén vigentes entre la población "blanca" permitiría definirla como otra".
El debate sobre la definición del "indígena" alcanzó su punto culminante a mediados de los años cuarenta. En esta nueva perspectiva, la "condición de indígena" estaba arraigada en una escala de valores: las poblaciones originarias estaban "menos dotadas que otros grupos para convivir dentro de la sociedad dominante" y, en consecuencia, pedían convertirse, sin la intervención del estado ‘unificador’, en el "sector más explotado; la condición de indígena se identificaba por su núcleo de costumbres burdas y su atraso, y por tanto era algo que podía y debía ser eliminado26".
"La desindianización no es el resultado del mestizaje biológico, sino de la acción de fuerzas etnocidas que terminan por impedir la continuidad histórica de un pueblo como unidad social y culturalmente diferenciada."
En México Profundo, Guillermo Bonfil expuso cómo las cifras de los censos han sido frecuentemente sometidas a críticas y cuestionamientos, "hasta el punto de denominarlas etnocidio estadístico, es decir, una reducción sustancial de las cifras reales debido, en principio, a una recogida de datos insuficiente y defectuosa."
"Es bien sabido que muchas personas cuya lengua materna es una lengua indígena ocultan y niegan que la hablan; son problemas que nos remiten a la situación colonial, a las identidades prohibidas y a las lenguas proscritas, al logro final de la colonización, cuando el colonizado acepta internamente la inferioridad que el colonizador le atribuye".
La colonización en sus últimas etapas, es decir, en las que se presenta en su cúspide como una realidad social basada en leyes naturales, induce a que el grupo colonizado que busca la asimilación "se reniegue a sí mismo, y busque asumir una identidad diferente, para convertirse en otro".
A esto se suma, en muchos casos, la actitud de las autoridades locales "progresistas", deseosas de demostrar a como dé lugar “que aquí, en este pueblo, ya no hay indios, o hay menos: nos hemos convertido en gente de razón". O su impulso por integrarse al mercado internacional a través de proyectos extractivos como la gentrificación generada dentro del turismo de los pueblos mágicos.
Como afirma Yásnaya Aguilar, "a principios del siglo XIX, después de 300 años de colonialismo español, "aproximadamente el 65% de la población del naciente Estado mexicano hablaba alguna de las muchas lenguas indígenas del país", no obstante,
Si ahora, después de 200 años al amparo de un Estado, los hablantes de lenguas indígenas representan sólo el 6,5% de la población, podemos afirmar que los grupos indígenas no son minorías, sino que han sido convertidos en minoría, y que la supuesta mayoría mestiza es en realidad la población que ha sido desindigenizada por el proyecto del Estado.
Aunque en algunos casos las investigaciones antropológicas realizadas sobre las prácticas culturales y económicas indígenas por el proto-Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas dieron lugar a un vasto acopio de información, tales estudios no estaban destinados a apoyar programas para el desarrollo de la medicina, la agricultura o cualquier otra rama del conocimiento mesoamericano preexistente.
Las investigaciones, por el contrario, estaban dirigidas a establecer un diagnóstico: encontrar las formas más eficientes de introducir en las comunidades "indias" las prácticas de la hegemonía homogeneizada. En otras palabras, “¿cómo impulsar la asimilación de esta fuerza de trabajo que se resiste a la proletarización hacia la cultura nacional occidental "no-retrógrada"?”
Así, como lo afirma con sencillez el antropólogo Bonfil Batalla, los investigadores indigenistas del INPI fueron motivados por el aparato cultural bajo este principio: «entender mejor, para destruir mejor».
Raúl Romero27 describe que "dentro de este conjunto de relaciones de dominación y explotación que analiza el colonialismo interno están las de la utilización de las poblaciones subdesarrolladas como mano de obra barata, o de sus territorios como fuentes de extracción para la exportación de materias primas, también baratas, a lo urbano y al extranjero."
Dentro del capitalismo, nos señala, en estas regiones no empañadas por la industrialización todavía existe "una mezcla de feudalismo, esclavitud, peonaje y trabajo asalariado".
En los estratos más antiguos de la vía occidental de desarrollo, “la cuestión giraba en torno al simple reconocimiento en el seno del Estado moderno ya establecido, mientras que en los estratos más recientes de las regiones del Este y del Sur," como lo es la estado-nación conocido como México, “se trataba de conquistar el poder del Estado, con el fin de instalar una máquina gubernamental moderna responsable de la industrialización capitalista estatal28.”
El INPI
A tan sólo tres días de la toma de posesión del presidente de México López Obrador, el partido en el poder -MORENA- promovió la formación del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (INPI).
López Obrador asignó líderes de las comunidades originarias a la recién creada institución, que pretendía sustituir la catastrófica y ahora difunta agencia gubernamental. El INI (Instituto Nacional Indigenista), fundado en 1948, remodelado en 2018, con diversos elementos de por medio.
Como describió Luis Hernández Navarro29, a pesar de la procedencia étnica de los directores del INPI adscritos por el presidente, el instituto federal logró reproducir, sin tapujos, los rancios vicios del indigenismo estatal manifestados en los gobiernos anteriores:
Pese a que la nación mexicana ha tenido desde su fundación una composición pluriétnica y multicultural, sus constituciones no han reflejado esta realidad.
Borrar lo indio de la geografía patria, hacerlo mexicano obligándolo a abandonar su identidad y cultura, folclorizarlo, ha sido una obsesión de las clases dirigentes desde la Constitución de 1824.
La intención de construir un Estado-nación, de deshacerse de la herencia colonial, de resistir a los peligros de las intervenciones extranjeras, de combatir los fueros eclesiásticos y militares y de modernizarse llevó a priorizar una visión de la unidad nacional que excluía la realidad plurinacional.
De esta realidad plurinacional no se pueden extrapolar los principios económicos que impulsaron la actividad del Estado. El uso de la metodología antropológica y el aparato burocrático son meros resultados de las medidas de protección empleadas por la clase dominante para extraer plusvalía y generar capital a partir de una entidad social que se resiste su conversión a la condición de trabajadores asalariados, descalificados, extraídos de sus suelos y sin otra cosa que vender salvo su fuerza de trabajo.
Precisamente como menciona Luis Hernández, el indigenismo como herramienta para el capitalista tiene el objetivo central de “proteger a las comunidades indígenas integrándolas con el resto de la sociedad nacional, diluyendo su carácter de pueblo como sujeto histórico”.
Sucintamente, el análisis de Alfonso Forssell30 expresa que "la historia y el presente de los pueblos originarios nos recuerdan repetidamente los levantamientos en contra de su propia proletarización. Al mismo tiempo, nos llevan a intensificar esa búsqueda de puntos comunes. El materialismo puede traducir los intereses de las mayorías en una conciencia de clase solidaria al destino de los pueblos originarios".
Una evaluación post-mortem nos dirige hacia uno de los obstáculos más grandes para ejercer estos puntos en común y solidificar los esfuerzos revolucionarios de entre las clases subyugadas: al proteger los intereses de la burguesía, la retórica del Estado se apropió de los fundamentos que impulsaron la realización de la revolución mexicana.
Paradojas como la del "Partido Revolucionario Institucional", que se mantuvo en el poder imperturbablemente durante 71 años, demuestran eso que Revueltas31 describió como "la-revolución-hecha-gobierno", esa "naturaleza y función particular que la clase dominante –la burguesía– usa para tachar inmediatamente de sediciosa, de subversiva, de "contraria a los intereses de la revolución", o de "disolución social", cualquier competencia política que tenga, como decíamos, precisamente un carácter de clase."
La "revolución gubernamental" responde siempre enérgicamente, con la prontitud y la brutalidad necesarias, cuando se trata de dar batalla a este tipo de competencia –ya sea que provenga de la reacción tradicional, o de la clase obrera– cuando el proletariado tiene la audacia de lanzarse a la lucha de manera independiente."
Marx nos recuerda que "la muda exigencia de las relaciones económicas completa el sometimiento del trabajador al capitalista. La fuerza directa, fuera de las condiciones económicas, se sigue utilizando, por supuesto, pero sólo excepcionalmente."
En el caso de las comunidades indígenas al margen de la sociedad, sucesos como el secuestro masivo que se produjo en Ayotzinapa en el 2014, la masacre de Acteal, la masacre de Aguas Blancas y los continuos ataques paramilitares a través del territorio son ejemplos de este uso excepcional –y contemporáneo– de esta fuerza directa.
Por ello, la conquista del INPI por parte de la comunidad otomí es un recordatorio para que, por ningún motivo, abandonemos nuestro rechazo frente a la dogmática explicación que el capitalismo y la economía política nos presentan como las inmutables "leyes naturales de la producción".
Podemos trazar en la arena la equidistancia entre la resistencia del pueblo otomí y las revelaciones históricas que destaca Walter Benjamin en sus Tesis de Filosofía de la Historia32,
"No es el hombre ni los hombres, sino la propia clase oprimida y en lucha la depositaria del saber histórico.
En Marx aparece como la última clase esclavizada, la vengadora que culmina la tarea de liberación en nombre de generaciones oprimidas.
[...]
La socialdemocracia creyó conveniente asignar a la clase obrera el papel de redentora de las generaciones futuras, cortándole así los nervios que le daban su mayor poder.
Este entrenamiento hizo que la clase obrera olvidara no sólo su oposición sino también su espíritu de sacrificio, ya que ambos se nutren de la imagen de los antepasados esclavizados y no de la de los nietos liberados".
Dentro del análisis ortodoxo y del marxismo vulgar, al igual que en el de la política de la izquierda convencional, ciertas observaciones resuenan como un coro. Las luchas indígenas son diferentes, se dice.
"No son proletarias, ni enteramente campesinas" se murmura entre dientes; además "la industrialización nunca llegó a sus territorios", y "es más fácil articular su lucha" dada la percepción occidental de que las naciones indígenas son fundamentalmente monolíticas33. Por lo tanto, afirman los ecos, "un levantamiento en zonas rurales es más fácil que una revuelta urbana".
La conquista del INPI, como cualquier espacio autónomo bajo el reinado del capital, constituye una amenaza de bomba contrarreloj, que se enfrenta al momento en el que la sed vampírica por la acumulación procurará su captura. Así es "la tradición de los oprimidos", el "estado de emergencia" no es la excepción sino la regla.
La organización del proceso de producción capitalista, "una vez que se desarrolla plenamente, derrumba toda resistencia". La burguesía "utiliza el poder del Estado para forzar al trabajador al grado normal de dependencia". Este patrón aparece una y otra vez a lo largo de la historia. Con resultados diversos, las entidades comunales autónomas saben que para forjar su propia emancipación tendrán que "pasar por largas luchas, por una serie de procesos históricos para liberarse de los horrendos tiranos que las oprimen".
Mattick, como un balde de agua fría, nos recuerda que "la burguesía siempre complementará esta lucha con violencia” sin falta, cada que “se ponga en peligro su existencia al amenazar seriamente la gobernabilidad del capital".
Ya que la burguesía existe únicamente gracias a su control sobre los medios de producción, la resistencia al trabajo hace que "la posesión de los medios de producción carezca de sentido, ya que es sólo el proceso de trabajo asalariado en condiciones de explotación el que produce el lucro del capitalista", añadiendo34:
La revolución debe implicar a la mayoría de la población activa. No es la ideología sino la necesidad la que coloca a las masas en los movimientos revolucionarios.
Sin embargo, ¿con qué frecuencia estos actos desafiantes contra el aparato establecido duran lo suficiente como para conmemorar un aniversario? ¿Cómo se mantienen de pie?
¿Qué significa la expropiación de un edificio federal en el corazón de un barrio gentrificado, en una de las ciudades más pobladas del mundo?
¿Por qué se rebelan los desposeídos? O, mejor dicho, ¿por qué no lo hacen35?
El análisis de la expropiación de territorios debe ser examinado desde un punto de vista materialista. Las características del otrora edificio institucional, una de las tantas manos del aparato del Estado y a merced de la clase dominante, se distinguen de la Casa de los Pueblos Altepelmecalli –un espacio autónomo expropiado por los Pueblos Unidos de la Región Cholulteca y de los Volcanes, anteriormente sede física de la empresa Bonafont– únicamente por el hecho de que uno produce plusvalía.
La expropiación del suelo constituye la base del modo de producción capitalista. Como nos susurraba al oído Marx, el precio del suelo impuesto por el Estado debe ser, por supuesto, un "precio suficiente", es decir, tan alto "como para impedir que los trabajadores se conviertan en propietarios independientes hasta que otros les hayan seguido para ocupar su lugar".
Este "precio suficiente por la tierra" no es más que un circunloquio eufemístico para el rescate del secuestro-forzado que el trabajador paga al capitalista para que le deje retirarse del mercado de trabajo asalariado. En primer lugar, debe crear para el capitalista un "capital" con el que éste pueda explotar a más trabajadores; a continuación, debe colocar, a sus espaldas, un locum tenens [sustituto] en el mercado de trabajo en beneficio de su antiguo amo, el capitalista. El perro faldero reacciona lentamente, pero la sed vampírica del capital se conduce siempre con urgencia.
La comunidad otomí, encabezada por mujeres, declaró al partido gobernante nacionalista "de izquierda", dirigido por Andrés Manuel López Obrador, que no le devolverá el edificio al instituto.
"Durante estos 365 días hemos vivido un periodo de indiferencia.
Los gobiernos han sido sordos a nuestras demandas.
Sin embargo, a pesar de que las instituciones han olvidado sus supuestos compromisos, cumplimos un año de éxito en la planeación comunitaria, lo cual es motivo suficiente para cambiar el nombre de este espacio y su imagen", aseguró la comunidad.