Motivos Revolucionarios, por Jasper Bernes (Parte I)
Traducción al castellano de la publicación "Revolutionary Motives" para Endnotes 5 (Endnotes #5: The Passions And The Interests), Octubre 2019.
Por Jasper Bernes
¿Por qué se rebelan los desposeídos? O, más concretamente, ¿por qué no lo hacen? No faltan razones; en todas las direcciones que miremos, el mundo –plenamente– capitalista se presenta como una inmensa acumulación de dolor e indignación. Y, sin embargo, por sí solas, estas razones rara vez bastan como explicación. Lo que es insoportable para un grupo de trabajadores, es soportable para otro; lo que produce una rebelión en una ocasión, o en un lugar, no suscita respuesta en otra. Podríamos sentir la tentación de abordar el problema desde otro lado y enumerar todas las razones para no sublevarnos, entre las que destaca el enorme poder represivo del Estado. La mayoría de las revueltas terminan en fracaso, incluso si definimos el éxito en los términos más modestos, y el fracaso significa, seamos claros, no sólo esfuerzo desperdiciado, sino lesiones, muerte, encarcelamiento.
Exceptuando las situaciones en las que la supervivencia está realmente en juego, siempre hay una buena razón para mantener la cabeza gacha, pasmadas y tambaleándonos atónitas bajo el peso de la pesadilla histórica. Pero el miedo explica a la vez demasía, y a la vez tan poco, ya que muchos se rebelan en situaciones en las que las probabilidades no están particularmente a su favor y los riesgos son grandes. En primera, nos enfrentamos a una explicación positiva insuficiente ("razones a favor") y una negativa insuficiente ("razones en contra"). Además, como casi todos los comentaristas han notado, dado que las probabilidades de éxito de una revuelta no están determinadas sólo por la fuerza del enemigo sino por el número de las que participan, hay algo circular y vaticinador ("el efecto Pigmalión") en cualquier juicio que los participantes hagan sobre los riesgos. Las probabilidades en contra pueden transformarse en buenas cuando, al malinterpretar la situación o ignorar los riesgos, algún pequeño grupo de disidentes decide seguir adelante de todos modos, creando condiciones prósperas para todas las demás. Un salto al vacío puede hacer que el suelo aparezca de la nada, al igual que la reticencia a saltar puede convertir el suelo sólido en el aire más fino.
El carácter del efecto Pigmalión de este veredicto ha llevado a muchos pro-revolucionarios a concluir que el elemento decisivo es la conciencia de las aspirantes-a-insurgentes, que deben ser educadas o dotadas de la dirección adecuada, a fin de darse cuenta de la sensatez de la revuelta: la posibilidad de éxito dada la acción unitaria. Esta visión, que llamaré voluntarista, encuentra su articulación más importante en las palabras de Karl Kautsky, interpretadas y popularizadas por V.I. Lenin en su obra "¿Qué hacer?" (en ruso, Что делать? Chto délat?). La “conciencia socialista”, escribe Kautsky, “es introducida en la lucha de clases proletaria desde fuera y no algo que surgió dentro de ella espontáneamente.”1
Para Lenin, esta posición requiere la formación de estructuras compuestas por “revolucionarios profesionales”, que puedan proporcionar liderazgo intelectual a la clase trabajadora para prevenir que la "conciencia sindical" los deja incapaces de combatir de manera efectiva el dominio del capital.
Podríamos pensar que la interpretación de Lenin de la tesis voluntarista es pastoral, es decir, hace hincapié al liderazgo. Otros ejemplos de «voluntarismo» son pedagógicos, identificando la educación de las clases bajas como el elemento decisivo. Antonio Gramsci puede ser el ejemplo más claro de esta última variante, pero hay que señalar que los voluntaristas raramente son completamente pastorales o pedagógicos. Podemos hablar aquí sólo de tendencias.2
Los revolucionarios profesionales de Lenin debían vender periódicos para desarrollar un contacto estrecho con las masas, que más tarde intentarían movilizar. Y el propio Gramsci describe continuamente a la educación como una forma de liderazgo.
La mayoría de los voluntarios reconocen que la revuelta ocurre independientemente de la intervención pastoral o pedagógica*. Cierta clase de revuelta -el motín, o la huelga- es más o menos espontánea, dependiente de reflejos casi involuntarios e inexplicables excepto como resultado de la contingencia, o eso dirían nuestros pedagogos o aspirantes-a-líderes. “Pero un levantamiento más cuantioso, duradero, abierto y estratégico depende, en su estimación, de la conciencia y el liderazgo.” Por lo tanto, la explicación voluntarista de la acción espontánea debe distinguirse de lo que yo llamo "fatalismo".
Para el fatalista, la espontaneidad llega hasta el fondo, y no hay forma de engañar el proceso a través de actos de buena intención o voluntad. Los fatalistas ven la revuelta como algo que se desarrolla a través de inexorables mecanismos objetivos o, quizás, del advenimiento de un evento inefable. ¿Por qué la gente se rebela en contra del sistema? "Déjame te cuento", dicen los pastoralistas y los pedagogos. “Simplemente no lo sabemos”, dicen los fatalistas.
Declarar algo incognoscible es siempre la manera menos riesgosa de hacer las cosas. Pero, como argumentaré más adelante, las luchas políticas a menudo requieren que la gente haga suposiciones sobre las motivaciones de los demás; en las revoluciones, estas suposiciones pueden ser muy poderosas. De hecho, como muestro, las suposiciones pedagógicas y pastorales de los procesos revolucionarios a menudo tornan la revolución contra-insurgente. Los que dicen que no saben ahorita podrían encontrar, a nivel práctico e intuitivo, luego en la forma de conjeturas a las que le atribuirían sentido común más adelante. Evidentemente, hay muchas facetas de la historia llenas de incógnitas. Es posible que nunca podamos decir por qué, por ejemplo, el asesinato por parte de la brutalidad policía de un joven desarmado sea capaz de producir una revuelta, y en el caso de otro asesinato en las mismas condiciones, sólo unas pequeñas protestas. Pero podemos deducir algo sobre el porqué los motines continúan, pierden fuerza o pasan a la insurrección.
Para hacerlo, necesitamos una teoría de los verdaderos motivos revolucionarios. Los enfoques pedagógicos y pastorales fracasan porque confunden los motivos de las personas con creencias, con tendencias.
Los motivos, en su mayor parte, y especialmente los motivos revolucionarios, existen en un nivel más profundo que el tipo de conciencia o ideología que los pedagogos y las autoridades pueden atribuir: la supervivencia, el anhelo por el bienestar, la preocupación por el bienestar de los familiares, el odio a la heteronomía opresiva. Estos motivos no necesitan ser enseñados, incluso si están condicionados y son transformados por las estructuras sociales. Tampoco pueden ser indoctos. Para que una ideología tenga éxito, debe funcionar con y no en contra de las motivaciones subyacentes de las personas.
Mi uso del término motivos es más o menos idéntico al concepto de intereses, aunque concibo el interés como algo más amplio que el egoísmo como tal, y usaré el término "motivo" cuando quiera marcar cierta distancia de éste último; y separarlo de la antropología utilitaria que se ha colocado en el centro de cualquier hipótesis de la motivación humana. Ocasionalmente utilizaré el término "materialista" cuando me refiera a los motivos básicos descritos anteriormente, es decir, la preocupación por el bienestar material, aunque debe tenerse en cuenta que dicha preocupación se extiende a los dependientes, compañeros y personas cercanas a uno. Dentro del pensamiento marxista y de izquierda, los intereses determinan las fuerzas profundas internas, aunque a menudo inexplicables, que movilizan a las clases marginadas. El interés es algo más que una acción instintiva, algo diferente al impulso. Usamos el término para determinar fuerzas internas que pueden ser reprimidas o ignoradas, que aparecen como una fuerte inclinación o necesidad, que motivan la acción pero no la imponen inmediatamente, y que por lo tanto una provocan la deliberación o la reflexión.
El motivo es quizás similar a lo que Baruch Spinoza llamó conatus (del latín conātus ‘esfuerzo, empeño’ impulso, inclinación, tendencia; empresa). "Cada objeto", escribe Spinoza de manera célebre, "en la medida que le es posible, por su propia fuerza, se esfuerza por perseverar en su ser.” Este ser en el que la gente se esfuerza por perseverar no es idéntico para todas las personas, y algunos aspectos son claramente determinados históricamente, de acuerdo a las relaciones e instituciones sociales particulares, pero cada sociedad o comunidad humana tiene como predeterminación el hecho de que debe permitir que la gente sobreviva, si no incluso que prospere, y los motivos que corresponden a estas necesidades de supervivencia formarán la base de muchos actos humanos (aunque ciertamente no de toda la población): el esforzarse por alimentarse ellos mismos, la necesidad de encontrar refugio de los elementos, evitar el dolor y la enfermedad, por mencionar tres de los motivos materiales más básicos.
En el capitalismo, estos motivos básicos alimentan el hambre por la acumulación material. El aparato del salario, por ejemplo, depende de la acción “motivada pero libre” del proletario que, desposeída de los medios de producción, vende voluntariamente su mano de obra para sobrevivir. Los proletarios no están atrapados por el capital a nivel neuromuscular, sus cuerpos no son reclutados directamente para producir mercancía de valor. La dominación y el poder están en todas partes, y su historia tiene miles de años de profundidad, pero las personas casi nunca son simples objetos o herramientas de otros. Incluso aquellas formas de dominación que imaginamos que operan casi por completo a través de la fuerza y contra el consentimiento de los dominados alardean algún margen limitado de libertad.
Las cárceles se construyen y organizan, por ejemplo, bajo el fundamento y la conjetura de que los prisioneros intentarán escapar, e incluso la esclavitud en las haciendas y plantíos, que se consideran el nivel infernal máximo de la opresión más deshumanizante, presuponía que los esclavos eran libres de negarse a trabajar, intentar escapar, rebelarse. De ahí su recurso al castigo violento, cada vez que se presentaba un intento de adquirir la libertad, como medida de penalización necesaria.
Debe quedar claro que una teoría del análisis de los motivos revolucionarios no es una teoría de los motivos en general. Sin duda, las personas están motivadas por todo tipo de deseos perversos y complejos, cuya comprensión debe dejarse a la psicología, si no al psicoanálisis. Ya que estamos hablando de inclinación en lugar de instinto, el motivo e y el interés son conceptos probabilísticos. En lugar de intentar explicar cada cosa que hace la gente, el interés es similar al concepto marxista de tendencia, afirmándose a largo plazo y de manera conglomerada, a pesar de y contra las excepciones. Una teoría de motivos revolucionarios se ocupa de los motivos del proletariado que son básicos, comunes y elementales.
Las revoluciones tienden a traer estos estos motivos tan esenciales a la superficie, porque la supervivencia está tan a menudo en juego, y porque consideran a tantos actores para su realización, por lo tanto cuestionan lo que pueden tener en común personajes tan diversos como metas generales entre la comunidad. Además, debido a que implican el colapso de las instituciones existentes, las personas ya no pueden basar su criterio en el hábito o en las rúbricas comunes, y en su lugar deben elaborar, a través de la deliberación y la conversación colectiva, nuevas formas de hacer las cosas basadas en motivos compartidos.
La teoría de los motivos revolucionarios, por lo tanto, enfatiza el razonamiento práctico que habita la brecha entre la compulsión y la acción. En situaciones revolucionarias, la clase trabajadora reflexiona sobre lo que está haciendo. No actúan simplemente de forma instintiva. El concepto de razón o lógica sin duda hará sonar la alarma para algunas lectoras, entrenadas por varios movimientos antihumanistas y por estructuralismos para ver a las personas como máscaras-de-personajes actuando incitadas por fuerzas impersonales. Muchos han criticado la teoría marxista de intereses por intentar universalizar una filosofía de la “mente occidental” o posterior a la Ilustración, y hay pocas dudas de que ciertas presentaciones de la misma idea han llegado a naturalizar una psicología limitada y, en última instancia, euro-céntrica.
Pero la razón y la "racionalidad" no son lo mismo, y sugerir que las personas pueden llegar a pensar en lo que hacen no es lo mismo que sugerir que son computadoras o recipientes o vasijas que maximizan su capacidad de ser útil para obtener facultades trascendentales. La razón puede ser irracional siguiendo la luz de Immanuel Kant o un Karl Popper, o cuando se trata de la práctica social, lo que importa es que funcione, no es que sea correcto. En cualquier caso, el capitalismo es ahora un fenómeno global, y el capitalismo es, como se indicó anteriormente, nada si no una carencia de libertad que actúa a través de una supuesta elección razonada, a través de un delgadísimo artificio, tan delgado como una hoja de papel, que sugiere la existencia de libertad y libre albedrío, restringiendo y limitando de esta manera la autonomía del explotado. El capitalismo presupone la teoría de los motivos presentados aquí.
Donde hay razonamiento también hay ideas, y aunque los voluntaristas enfatizan demasiado el papel de la ideología, conciencia y conceptos abstractos, esto no quiere decir que las ideas son intrascendentes, ni que no hay necesidad alguna de una teoría de la ideología. En la medida que el proletariado reflexiona sobre lo que hace, las ideas juegan un papel en las acciones que toman, ya que evaluar las consecuencias de las acciones de uno depende de nuestra comprensión sobre cómo funciona el mundo. Esto también está descrito por Spinoza: "Tanto en la medida en que en la mente habitan ideas claras y distintas, y en la medida en que en ésta se han confundido ideas, la mente se esfuerza, por tiempo indefinido, por perseverar en su ser y en su consciencia la oportunidad al desarrollo que almacena internamente”. En otras palabras, contrariamente a las conjeturas de la teoría voluntarista, la ideología es significativa porque puede llegar a regir lo que hace la gente, pero tiene poco efecto sobre los motivos subyacentes más profundos. Los motivos que aquí tratamos son dados a base de la reproducción social o productos de estructuras sociales que son inmutables sin la aparición de un cambio en la estructura. Existen en un nivel más profundo que el tipo de conciencia o ideología que los pedagogos y líderes pretenden transformar. No se puede desaprender el hambre.
1. Vladimir Ilyich Lenin, Obras esenciales de Lenin (Courier 2012), pág. 82. Existe un debate sobre la medida en la que la interpretación de Lenin sobre la posición Kautsky es correcta o no.
En numerosos ensayos desde mediados de los años 20 en adelante, Gramsci subraya el papel decisivo de los intelectuales y de la educación para abrir camino a la revolución. En resumen, y a riesgo de vulgarizar una compleja y fragmentaria obra, Gramsci sostiene que existen entre la clase obrera "intelectuales orgánicos" que, en virtud de su posición en la fila de producción, controlan las "ideas y aspiraciones de la clase". Organizados en un partido estructurado por los intereses de clase, estos intelectuales y el papel educativo que desempeñan garantizarán la hegemonía de la clase obrera, es decir, se asegurarán que las ideas de la clase obrera sean dominantes en la sociedad. Esta "guerra de posición" es precursora a cualquier "ataque frontal". Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel (en italiano: Quaderni del carcere) 3-13, 106-13, 257-63.
*4. Estos puntos de vista no se limitan a los marxistas o socialistas. Los anarquistas están a menudo propensos a una visión pedagógica de la acción humana, incluso si se oponen axiomáticamente a una pastoral. El popular texto eco-anarquista (o "nihilista verde"), Desert (2011), rechaza la posibilidad de una revolución en sus primeras páginas a modo de antropología informal. La revolución, en opinión de los autores, sólo puede ser realizada por revolucionarios dedicados, es decir anarquistas, y este grupo siempre será marginal: “Los anarquistas tienden a ser maravillosos. Podemos tener belleza poder autónomo y potencial desbordante. No podemos, sin embargo, rehacer al mundo entero; no somos suficientes, y nunca lo seremos." Considerando muy brevemente la posibilidad de que la revolución puede ser hecha por personas que aún no son revolucionarias dedicadas, citan a un texto eco-anarquista que les precede: "Desafortunadamente, hay poca evidencia de que la historia de que la clase trabajadora esté –sin contar siquiera ninguna otra categoría– intrínsecamente predispuesta a la revolución libertaria o ecológica. Miles de años de socialización autoritaria favorecen dominación…” Así, ofrecen una versión negativa de la tesis pedagógica. La educación llega hasta la base, produciendo sujetos sociales perfectamente obedientes, y sólo un pequeño número de fanáticos o insumisos alguna vez saldrá de la camisa de fuerza de la ideología.