Motivos Revolucionarios, por Jasper Bernes (Parte II)
Traducción al castellano de la publicación "Revolutionary Motives" para Endnotes 5 (Endnotes #5: The Passions And The Interests), Octubre 2019.
Primera parte, disponible aquí. (In English, for Endnotes 5 here.)
Motivos Revolucionarios (Parte II)
Por Jasper Bernes
No se puede desaprender el hambre.
Sin duda, la mayoría querrá saber por qué es importante que sepamos lo que motiva a la gente a hacer lo que hace. La respuesta es que, en cualquier revolución, siempre se forma una masa dedicada y organizada cuyos motivos son, en cierto modo, idiosincrásicos, asumidos por el compromiso con la causa de la revolución por encima del bienestar personal o el de sus allegadas y seres queridos.
La mayoría de las personas que escriben y leen textos como éste, incluyendo al autor, se entenderán, probablemente, dentro de esta extraña categoría de personas cuyos motivos y deseos son sin duda diversos, y merecen ser estudiados aparte. Se trata de una zona porosa, en la que entra y sale gente, y que ciertamente no excluye otros motivos más básicos.
Hay quienes entran a la lucha por motivos básicos y se quedan por otros y, por supuesto, esos motivos básicos pueden reaparecer y arrasar con todo, como cuando una persona, amenazada con diez años de cárcel, decide delatar a sus compañeras.
No queremos insinuar tampoco que las formas de altruismo, pasión libidinal, pulsión de muerte o necesidad de reconocimiento que motivan a quienes habitan los entornos radicales no existan también como tales. Hablamos aquí de distribuciones y primacías. Pero la evidencia histórica es clara en cuanto a que la mayoría de las personas que participan en una revolución lo hacen por los motivos más profundos descritos anteriormente –deseo de seguridad, de bienestar, de autonomía para sí mismas y sus allegadas– y tienden a retirar su apoyo si no ven nada de eso en el horizonte. El problema es que la "minoría organizada" asume sus propios motivos –y su capacidad de sacrificio, disciplina y abnegación– como prueba de la estructura de la moral revolucionaria en general. Y, en este sentido, tiende a recurrir con frecuencia al enfoque pedagógico o pastoral para conseguir el apoyo de una masa revolucionaria más amplia e imponer sobre ella sus propias motivaciones. Como sostengo en las páginas siguientes, esto está destinado a fracasar, y de hecho pone en marcha una serie de procesos contrarrevolucionarios.
Por lo tanto, necesitamos una mejor teoría que examine las motivaciones revolucionarias. Durante la mayor parte del siglo XX, se suponía que el fatalismo proporcionaría esa teoría. Anton Pannekoek y Paul Mattick demostraron cómo las organizaciones nacidas gracias a los proyectos voluntaristas tendían a destruirse o incorporarse al capitalismo1 durante los períodos no revolucionarios.
El surgimiento de cualquier lucha significativa siempre parecerá "espontánea" desde la perspectiva de los promotores y los pedagogos. Al subrayar la futilidad de los proyectos e intervenciones de la minoría activa, el fatalismo sirvió de contrapeso para los voluntaristas que insistían sobre su papel crucial, enfatizando la importancia de su educación o liderazgo invaluables.
Pero esto deja abierta la pregunta de lo que ocurre realmente durante las circunstancias revolucionarias. Una cosa es aconsejar que no haya intervención durante momentos tranquilos, las épocas sin movimientos insurgentes en el horizonte; pero otra muy distinta es hacerlo durante los momentos revolucionarios, cuando no sólo parece estar en juego el triunfo de la revolución, sino también la aproximación del sufrimiento y la muerte, presentes o inminentes. Como destilados de la postura fatalista, Monsieur Dupont –el nombre asignado al conjunto de autores unitarios del Comunismo Nihilista– reconoce este problema e intenta encontrar algo que pueda ocupar a la minoría fatalista pro-revolucionaria cuando se desmorona. La respuesta: desactivar a los voluntaristas. En condiciones revolucionarias, la minoría fatalista será llamada a "oponerse de verdad contra la mayor parte del entorno comunista y anarquista "revolucionario"2.
Ciertamente, hay algo de verdad en esto, en el sentido de que el intento de alguna fracción de la revolución por tomar el poder y comenzar a dirigir la revolución deberá ser impugnado enérgicamente a través de una revolución dentro de la revolución.
Pero los fatalistas como Monsieur Dupont son, en cierto sentido, los extraños gemelos de los voluntaristas, al basarse en una visión de las masas proletarias comunes y corrientes como frágiles, fácilmente manipulables, distraídas o traicionadas, aunque sean capaces de una revuelta espontánea. A Monsieur Dupont le falta el espíritu y valor de sus convicciones: si la clase obrera es realmente capaz de organizarse y dirigir su propia gestión a partir de motivos de carácter interno, también es capaz de evaluar críticamente y rechazar la dirección o la educación que se le ofrece. Si uno cree, como la teoría de los motivos que desarrollaré lleva a creer, que las revoluciones y las revoluciones-dentro-de -las-revoluciones y contra las contrarrevoluciones son producidas por proletarios que actúan a partir de motivos propios, y por medio de dotes críticos innatos, entonces la intervención como tal ya no es un problema. De hecho, ya no es necesario argumentar, inútilmente, que la minoría dedicada se quede de brazos cruzados; más bien se pueden articular las formas en que las que el tipo de cosas que hace esta minoría puede obstaculizar o ayudar al desarrollo de la revolución.
Se puede distinguir, en última instancia, entre dos tipos de intervención: vanguardista y aventurera. El vanguardista trata de controlar, dirigir y dar forma a la acción proletaria mediante la intervención pastoral y pedagógica y, como tal, pone en marcha la contrarrevolución. El aventurero, sin embargo, se compromete con una acción autónoma que busca facilitar las condiciones bajo las cuales la mayoría de la gente decidirá emprender su camino revolucionario, el del comunismo, que significa la satisfacción de sus motivaciones materiales. Esto puede implicar expropiar el capital y entregarlo a la gente para que pueda cubrir sus carencias, participar en la resistencia revolucionaria, la lucha, frente al contraataque capitalista, o subvertir el intento de las facciones revolucionarias que siempre intentan establecer un liderazgo, o cualquier otra serie de "medidas comunistas". Lo cierto es que la teorización puramente negativa que ofrecen los fatalistas es inadecuada; la gente elegirá entre acciones positivas, no entre acción o inacción. Sólo podemos evaluar las acciones positivas sobre la base de una teoría adecuada de los motivos.
La teoría de los motivos es importante, pues, porque es la base para la acción de quienes han trascendido, siempre parcialmente y momentáneamente, los motivos materialistas y han comenzado a actuar sobre la base de su compromiso con la causa de la reforma, la revolución o la lucha. La teoría es siempre el producto de la historia, de la lucha tal y como la reflexionan los afectados por ésta, ya sea de manera directa o remotamente. Abstrayéndose de las luchas inmediatas del momento, este ensayo refleja el continuo ejercicio de autocrítica del entorno activista y radical al preocuparse por su propia existencia y su relación con las masas proletarias que serían imprescindibles para cualquier revolución. Si los pedagogos y los autoritarios exageran la importancia de estos activistas, los fatalistas la subestiman. Unos intentan arrojar a este grupo un poder que nunca podrá tener, los otros se dedican a fantasías perpetuamente abortivas de la auto-abolición de este grupo. Consideremos este ensayo como un intento de atravesar en diagonal ambas posiciones, sin argumentar, falazmente, la absoluta insignificancia de la minoría activa ni atribuirle una carga ficticia de liderazgo.
La concepción materialista de la historia
Antes de las intervenciones de Marx y Engels, casi todos los radicales imaginaban el comunismo o el socialismo como la empresa consciente e ideológicamente motivada de reformistas y revolucionarios comprometidos. El entorno radical en el que entraron ambos a mediados de la década de 1840 consideraba la superación del capitalismo como un proyecto principalmente moral y a veces religioso. La Liga de los Justos, cuyos miembros se unieron a Marx y Engels para fundar la Liga Comunista y comisionar el texto que se convirtió en el Manifiesto Comunista, se había reunido previamente en torno a los planteamientos morales y religiosos de Wilhelm Weitling, que intentaba identificar el comunismo con la esencia del cristianismo3.
Pero la eminencia de Weitling dentro del grupo de sociedades secretas comunistas de la década de 1840 acabó por debilitarse, en parte como resultado de los contactos establecidos con el cartismo inglés, orientado a la lucha y de mentalidad pragmática, y en parte debido a la aparición del Comité de Correspondencia Comunista de Marx y Engels. En aquella época, el comunismo se distinguía del "socialismo" y de sus utopías principalmente por su asociación con el legado de los jacobinos y de los diversos insurrectos franceses que se organizaron en secreto durante las décadas de 1830 y 1840. Muchos grupos comunistas tenían cierto grado de vinculación con los seguidores de Graco Babeuf y su sublevación preventiva contra el Directorio de Termidor, cuyo objetivo era radicalizar el proceso revolucionario igualitario impulsado por los jacobinos y producir "bienes y trabajo comunitarios"4.
Babeuf y sus co-conspiradores sostenían tanto la perspectiva pedagógica como la pastoral señaladas anteriormente. El derrocamiento revolucionario del Directorio, concluyeron, tendría que otorgar el poder a una "autoridad provisional" que gobernaría hasta el momento en que las masas fueran capaces de administrar la comunidad de bienes por sí mismas.
Los partidarios del babuvismo, una de las corrientes precursoras del comunismo, ponían un enorme énfasis en "modificar el corazón humano por medio de la educación". Parte del objetivo de la autoridad provisional consistiría en darle tiempo al pueblo para que se educara en las "buenas costumbres" revolucionarias y deshabituarse al egoísmo y la avaricia.
Cuando la educación fracasaba, el castigo tenía que ser grande, y tener una opinión anti-igualitaria era un delito sancionable en el mundo post-revolucionario de este grupo. Weitling también fue pedagógico y pastoral en su enfoque del nuevo mundo que se iba a construir, fundamentando el comunismo en una lectura de los Evangelios, insistiendo en la necesidad de una dictadura de transición e imaginando un mundo post-revolucionario basado en "el deber universal de trabajar, “construido a partir de una economía centralizada".
Esta herencia religiosa y moral continuaba como punto de partida dentro de la Liga Comunista después de la participación de Weitling, como era evidente el hecho de que el predecesor al Manifiesto Comunista y la primera declaración programática de la Liga, el “Manuscrito a la Confesión de Fe Comunista” de Engels había sido delineada de acuerdo al catequismo. Pero, a pesar de esta forma de retórica peculiar, al momento de su ingreso a la Liga, Marx y Engels habían desarrollado –de manera independiente y como par– una teoría potente sobre praxis y acción política que se extendía también a la crítica de la religión de los Jóvenes Hegelianos, y se había transformado a su vez en una crítica de las posiciones idealistas y moralistas políticas. En La Ideología Alemana, Engels y Marx habían declarado sin tapujos que “no es nunca la conciencia lo que determina la vida real, sino que es la vida real aquello que determina la conciencia”, rechazando de esta forma cualquier método insurgente que comienza con la educación moralista y el desarrollo de la toma de conciencia política.
“La moral, la religión, la metafísica” y otros “fantasmas formados en el cerebro del hombre” son “sublimados de su proceso material”, y por tanto una política que parte de ellos está condenada al fracaso, por analogía, desde el prólogo hasta el libro, a las acciones de “un compañero valiente [que] tuvo la idea de que los hombres se ahogaban en el mar sólo porque poseían la idea de la gravedad”. El cambio histórico ocurre, no como resultado de esta toma de consciencia como los antagonistas post-Hegelianos deducían, sino a través de los "intereses" antagónicos que acompañan a la división del trabajo y al reparto desigual de los productos de la labor.
El comunismo sólo es posible sobre la base de estos intereses, y específicamente, la acción motivada por el interés de aquellos a quienes el modo de producción capitalista ha dejado sin propiedad. En oposición a los comunismos morales y los proyectos políticos igualitarios de sus pares y predecesores, Marx y Engels declaran ceremoniosamente que
«Para nosotros, el comunismo no es un Estado que debe implantarse, un ideal al que ha de sujetarse la realidad.
Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que logra abolir el estado actual de las cosas»
En el Manifiesto Comunista, Marx y Engels cementan este movimiento real en los intereses de la clase trabajadora, intereses determinados por el desarrollo de la sociedad burguesa. He evitado hasta ahorita el término “interés individual” (generalmente sinónimo de interés como tal) en realidad porque quería que se entendiera como una forma específica y atomizada del interés, un interés afectado en particular por la individualización, las relaciones competitivas que la sociedad capitalista provoca. Es intrigante, Marx y Engels nunca hablan en el Manifiesto Comunista de “interés personal” como una característica en la actividad de la clase trabajadora. Por el contrario, este término está exclusivamente reservado para la burguesía, que “sin vergüenza, desgarró sin piedad alguna los abigarrados lazos feudales que unían al ser humano con sus ‘superiores naturales’ y no dejó otro nexo entre humano y humano fuera del desnudo interés propio, salvo por el insensible ‘pago en efectivo’.
Podríamos leer estas famosas líneas como implicando que el control de la burguesía ha provocado la universalización del interés propio entre todos los miembros de la sociedad, incluidas las trabajadoras, sumergidas igualmente en las “aguas heladas del cálculo egoísta”, y de hecho Marx y Engels luego describen al proletariado durante las primeras etapas del capitalismo como una “masa incoherente esparcida por todo el país, y fragmentada por la competencia”. Pero las fuerzas centrífugas de la competencia que dividen al proletariado son contrarrestadas por el desarrollo centralizador de la industria, que reúne a las trabajadoras dispersas y las convierte en “cuerpos compactos”. A medida que se desarrolla el capitalismo, “los diversos intereses y condiciones de vida dentro de la los rangos del proletariado se igualan cada vez más, en la medida en que la maquinaria borra todas las distinciones del trabajo”. En otras palabras, para el proletariado, el interés de clase y el interés individual son cada vez más parecidos:
La organización de la clase trabajadora como una clase y, por consiguiente, dentro de un partido político, se vuelve a ver perturbada continuamente por la competencia entre las propias trabajadoras. Pero siempre se levanta de nuevo, más fuerte, más firme, más poderosa. Obliga al reconocimiento legislativo de los intereses particulares, aprovechando las divisiones entre la burguesía.
El arco de la historia se inclina hacia la unificación de los intereses de la clase obrera, mientras que las divisiones entre la burguesía son, al parecer, más difíciles de superar. Marx y Engels invierten el argumento sobre el interés propio que se encuentra en Adam Smith, en el que la búsqueda del interés propio por parte de los capitalistas individuales representa a su vez el interés en beneficio de la sociedad completa. Para Smith, es la clase capitalista la que encuentra idénticos el interés propio y el interés colectivo. Pero para Marx y Engels —y aquí está la base de los muchos intentos de Marx por explicar la crisis y los aspectos del capitalismo que la generan— tal acción egoísta en última instancia erosiona las condiciones de posibilidad para los capitalistas, y “arranca bajo sus pies los mismos cimientos en los que la burguesía produce y se apropia de los productos”. Aquí este carácter autodestructivo del capitalismo se trata en gran medida de la fuerza política de una clase proletaria que el desarrollo capitalista unifica, pero el mismo argumento se usará más adelante para explicar cómo tendencia decreciente de la tasa de ganancia resulta del comportamiento en búsqueda de ganancias de los capitalistas individuales, por nombrar sólo un ejemplo.
Así, fundamentada en una teoría de la acción basada en intereses, la “concepción materialista de la historia” de Marx y Engels muestra poca necesidad de complemento pedagógico o pastoral.
Esto no quiere decir que no haya lugar para la organización o la elaboración de ideas; no obstante, estos son tratados como expresiones de la lucha de clases. Como escriben, “las conclusiones teóricas de los comunistas no se basan de ninguna manera en ideas o principios que hayan sido inventados o descubiertos por éste o aquél aspirante a reformador. Simplemente expresan, en términos generales, relaciones reales que surgen de una lucha de clases existente, de un movimiento histórico que se desarrolla ante nuestros propios ojos”.