La Economía Política de las Tácticas
Traducción de “The Political Economy of Tactics” por Joshua Clover para Verso (Marzo del 2022)
La Economía Política de las Tácticas
Por Joshua Clover1
El reciente "Convoy de la Libertad", organizado por traileros canadienses y sus simpatizantes — el término técnico es "clustertruck" — sin duda, se inspiró en el movimiento de las gilets jaunes («chalecos amarillos»2) del 2018. La maniobra del Convoy de la Libertad, de cerrar el acceso al puente Ambassador y otros tres tramos fronterizos, junto con otros paros descritos generosamente como "ocupaciones", fue en protesta contra los mandatos de vacunación del Estado. Pero es probable que también al realizar estas hazañas se evocara la historia de los bloqueos fronterizos por parte de las naciones originarias, que comenzó en serio con el bloqueo del puente de Cornwall en 1968 por las Kanien'kéhaka de Akwesasne.
Es más que probable, incluso seguro, que los insurrectos-del-bacalao3 del 6 de enero tuvieran en mente, como antagonista y como ejemplo — un verdadero episodio de locura, de amor/odio, donde el amor se niega firmemente y es evidente en todas partes — el levantamiento de George Floyd del verano anterior. Y, así, fueron convocados al Capitolio de los Estados Unidos siguiendo el ejemplo organizativo de las precursoras de estos levantamientos, desde Watts en 1965 hasta Ferguson en 2014, y más allá.
Ocupaciones, disturbios, bloqueos de infraestructuras críticas. Estas tácticas son fundamentales entre las llamadas luchas por la circulación: no requieren un acceso privilegiado al proceso de producción, se desarrollan en un espacio público ambiguo vigilado por el Estado y a menudo interfieren en la circulación de las mercancías.
Estas tácticas tienen orígenes antiguos, pero desde los años sesenta y setenta han orientado cada vez más el repertorio de la acción colectiva en Occidente. Aunque pueden tener ciertas tendencias políticas integradas, a las que es más probable que se adhieran ideológicamente, estas tácticas no presentan una relación intrínseca con una política específica. A diferencia de las tendencias ideológicas que resultan en la huelga, por ejemplo, que implican la acción de las trabajadoras como trabajadoras.
Es ésta a la vez su fuerza y su debilidad. Las luchas por la circulación están abiertas a todas las interesadas, más o menos. Pero, en los últimos años, se han asociado popularmente a lo que Immanuel Wallerstein llamó "movimientos antisistémicos", a menudo militantes. El notar, pues, cómo estas tácticas migran a través del espectro político (en la medida en que el espectro sigue siendo operativo, una cuestión significativamente relacionada) es inevitablemente extraño. Desde el punto culminante del verano de 2020, y la relativa quietud por parte de la militancia de izquierdas desde la represión del levantamiento de George Floyd, tales tácticas han emigrado hacia la derecha, de la mano de movimientos cuyo uso del lenguaje liberador se refiere — y exige — un estado aún más virulentamente reaccionario que el que se ofrece actualmente.
Es un hecho curioso, contemporáneo, en el núcleo capitalista: lucha por la circulación, pero hazla nacionalista.
La cuestión de cómo las tácticas viajan de un espectro a otro ha sido muy debatida. Rara vez es tan obvia y directa, como si se tratara de que Grupo B, al percatarse de la organización militante efectiva del Grupo A la adopta así, sin más.
O, más bien, eso es exactamente lo que ocurre — pero, ¿cómo es que ocurre así?
¿Por qué la táctica del Grupo A es eficaz, en primer lugar, y por qué entre todas las tácticas eficaces de la última década o cinco, el Grupo B selecciona precisamente ésa? ¿Y por qué vuelve a ser eficaz, en lo que parece ser un contexto político diferente?
Un conocido pronunciamiento del Comité Invisible insiste en que "los movimientos revolucionarios no se propagan por contaminación sino por resonancia". Esto suena profundo, pero en realidad es literalmente superficial: imagina el problema en dos dimensiones, ocurriendo sobre una superficie a través de la cual los acontecimientos se "propagan", aunque no por contacto y adyacencia, sino saltando discontinuamente según las vibras.
Sin embargo, la semejanza superficial de los sucesos sólo proporciona pruebas de correlación. La causalidad, si se encuentra, es más subterránea, enterrada en la tercera dimensión. Nombra una circunstancia, un conjunto compartido de fuerzas históricas que impulsan los acontecimientos hacia la luz del sol en estas formas particulares. Estas formas no surgen por las posiciones de los actores en el espectro político, sino por las condiciones materiales que presentan algunas tácticas como más viables, accesibles, eficaces. Y como las condiciones más poderosas suelen ser las más amplias, las tácticas que proponen pueden aparecer en todo tipo de lugares, utilizadas por todo tipo de agrupaciones.
Por elegir un ejemplo: si la necesidad de un transporte de mercancías rápido y sin fricciones ha sido cada vez más visible en la era de la revolución logística, la pandemia iluminó las cadenas de suministro mundiales hasta que se pudieron ver en toda su fragilidad desde la siguiente galaxia. Las luchas por la circulación han migrado hacia la entidad reaccionaria, para la derecha; o más bien se han extendido por todo el espectro, de acuerdo con lo que en cierto sentido es una razón muy simple: las luchas se producen en los puntos de vulnerabilidad para una economía política planetaria, y en los puntos de contacto donde se gestionan las poblaciones. Y estos han cambiado para todas, no sólo para las personas con las que podríamos sentir cierta afinidad o solidaridad.
Sin ánimo de repetir como cotorro lo que es un argumento bastante elaborado, la capacidad de gestión de la población en el núcleo postindustrial, mediante la disciplina salarial, ha ido disminuyendo de forma persistente.
Las tan cacareadas tasas de desempleo no pueden disimular las tasas persistentemente bajas de presencia de las trabajadoras en el mercado laboral y el descenso del trabajo de tiempo completo. La miseria específica que supone la explotación capitalista continúa a buen ritmo. Pero las formas de gestión asociadas a las colonias — la violencia directa del poder estatal — se han convertido en algo cada vez más central para imponer el orden social en la metrópoli, tal y como previó Aimé Cesaire hace setenta años en su Discurso sobre el colonialismo. No se trata de una decisión libremente tomada, sino de un camino previsible dada la limitada capacidad del capital para incorporar nuevos recursos laborales de forma lucrativa. Es decir, al ritmo de los debates sobre cómo se intensifica el control policíaco sobre la población, la forma y el alcance del control policíaco contemporáneo proporcionan un ejemplo útil de cómo las fuerzas de la violencia estatal están (al igual que sus antagonistas) limitadas en sus tácticas.
Esto es más cierto para el capital, en sus esfuerzos por apoderarse de los márgenes de lucro. En este mismo periodo de crecimiento explosivo del control policial y el encarcelamiento masivo, y por las mismas razones (relativas a la necesidad del capitalismo, ante la disminución de la acumulación global, de buscar medidas compensatorias frente a la disminución de los ingresos que incluyan la disminución de los costes de circulación, para la aceleración del tiempo de facturación y el abaratamiento de los gastos de producción), la economía política global ha intensificado en muchos sentidos la presión sobre las tácticas extractivas, el mando logístico y la construcción masiva de infraestructuras, hacia proyectos capitalistas que operan a una velocidad y escala que requieren que el Estado coordine y aplique su fuerza.
Entender las limitaciones de las luchas de esta manera debería, se espera, evitar cualquier extensión reflexiva de la simpatía hacia una táctica determinada. Los bloqueos serán fundamentales para cualquier movimiento social exitoso en búsqueda de la liberación, pero esto no implica que los bloqueos sean inherentemente liberadores. Lo mismo ocurre con las ocupaciones, las rebeliones e incluso el asalto al Capitolio.
Y sin embargo, a veces se encuentra este tipo de simpatía entre quienes se identifican con la posición anti-Estado.
El rechazo total hacia cualquier intervención y presencia estatal, en lo que se ha convertido en un autoproclamado conspiracionismo, tiene sus exponentes también en todo el espectro político, coincidiendo con el recorrido de las tácticas que hemos mencionado aquí.
Entre las intelectuales de izquierda, este conspiracismo no tiene un exponente más célebre que Giorgio Agamben, al que últimamente se le ha unido el Comité Invisible, un grupo que puede o no incluir a antiguas alumnas del filósofo. Tales posiciones se alinean con un anti-estatismo impulsivo, que existe más allá del extremo izquierdo del espectro político (muchas amigas anarquistas mías, por ejemplo, declinarían identificarse con la izquierda, y por buenas razones); también, estas posiciones, parecen alinearse con el supuestamente anti-estatismo popular de movimientos como el Convoy de la Libertad, que a su vez ha atraído cierta simpatía de la izquierda anti-estatal.
Así pues, vemos el complicado enredo: el Convoy de la Libertad (y podría decirse que el pseudo-golpe de estado del 6 de enero) parece tanto anunciar una política anti-estatal como recurrir a tácticas identificadas con la lucha anti-estatal directa.
¿Por qué alguien que albergara una desconfianza fundamental hacia el Estado — o para el caso, alguien que creyera que incluso si éste fuera éticamente neutral, la forma del Estado ya no podría convivir con el potencial horizonte liberador — por qué alguien encontraría en estos acontecimientos recientes, como las luchas de circulación en la derecha, algo hacia lo que una podría sentir simpatía ferviente?
Una respuesta a este enigma nos lleva por la política del enemigo de mi enemigo que, después de todo, se derrumba con bastante facilidad. Una podría compartir un principio general —por ejemplo, que el Estado no debería tener la autoridad para decidir quién puede y quién no puede ganar un salario en una sociedad donde la comida cuesta dinero— sin imaginar que los reaccionarios proponen algún proyecto liberador. Tampoco nos proponen, ni siquiera incidentalmente, deshilachar las fibras del poder estatal. Una y otra vez han dejado claro que, de hecho, preferirían un Estado aún más autoritario, DeSantis a Hochul, Roman Baber a Trudeau.
Los que querían colgar al vicepresidente y luchar contra la policía del capitolio simplemente identificaron a Pence y a esos policías como antiestatales, como traidores a la verdadera nación. Lo que vemos es una lucha entre visiones opuestas de cómo el Estado debe imponer su dominio, y sentirnos identificadas con cualquiera de ellas es simplemente ponernos del lado del Estado. Al igual que los eneroistas de 2021 en Washington D.C., el Convoy de la Libertad ha afirmado que desea una gran restauración del orden, justo, del tipo que les gusta: arquistas deluxe, estatistas de primera calidad.
Sin embargo, más significativo que reconocer en el momento quién es y quién no es un estatista autoritario, es la exageración del poder estatal que precede a ese momento. Confrontando algunas de las afirmaciones más inverosímiles de Agamben sobre la dominación biopolítica, que llegan a su punto máximo con la analogía de la prueba de la vacuna con la estrella de David amarilla que llevaban obligatoriamente las judías en los campos de concentración, el perspicaz Benjamin Bratton contrapuso el argumento, introduciendo una "biopolítica positiva". Adam Kotsko, una de las traductoras de Agamben, ofreció la contemplación de estas declaraciones de forma reflexiva y, al final, encontró en Agamben el fracaso de suponer la posibilidad de una acción estatal coordinada que prevenga, en lugar de producir, la nuda vida.
Pero estos enfoques también hipostatizan al Estado, aunque no fetichicen su poder y autonomía en el mismo grado. Paradójicamente, la expansión de la violencia estatal en el núcleo capitalista descrita anteriormente significa su verdadera debilidad y falta de autonomía.
El Estado moderno, como ya señaló Adam Smith, siempre se ha encargado de coordinar los intereses del capital en su conjunto, de negociar sus contradicciones, y esto da al Estado gran parte de su forma. En el periodo de la pandemia, la más dramática de estas contradicciones ha sido entre la necesidad urgente de forzar la entrada de suficientes trabajadoras y producir plusvalía para que el capital no se derrumbe donde estaba ya tambaleando; y, la necesidad a largo plazo de una fuerza de trabajo lo suficientemente sana como para producir bienes, servicios y plusvalía el próximo año y la próxima década (es en relación con esta tensión entre las necesidades inmediatas del capital y sus condiciones de supervivencia que la pandemia se asemeja realmente al colapso climático).
Teniendo en cuenta esto, las oscilaciones llenas de pánico, jadeantes, de la política estatal —que se agitan en todos los niveles, desde el distrito escolar y el municipal hasta la provincia y la nación— no describen los tirones y jalones hacia direcciones contrarias entre lo sensato y lo horroroso, lo mejor y lo peor, el estado bueno y el malo. "Oscilación" es sólo el nombre para saltar entre los dos lados de una contradicción que el Estado no puede resolver. Esta serie de espasmos enloquecidos y desquiciantes, tan visibles y tan penosos, ciertamente proporciona la apariencia de que el estado (o El Estado) es la fuente de estos pronunciamientos y contrapronunciamientos irregulares, nuevos cada semana, mandatos y reformas, por aquí la dominación del último decreto, por allá las personas vulnerables forzadas a la exposición pandémica, y así sucesivamente. Mientras tanto, vastas franjas de la humanidad, las "trabajadoras esenciales" se enfrentan a la contradicción entre morir de SARS-CoV-2 o morir de hambre.
Para Agamben, son los campos de exterminio, siempre los campos, los que proporcionan el paradigma y la alegoría. Si el orden ético-teórico del mundo debe ser arbitrado en función del Holocausto europeo, y no estoy seguro de que así sea, resulta inverosímil inscribirlo como la historia del Estado, y mucho menos del Estado de excepción. "Al final del capitalismo, que está ansioso por sobrevivir pasada su fecha de caducidad", aclara Cesaire en el pasaje mencionado anteriormente, "está Hitler". Esta referencia parece mucho más pertinente que las reivindicaciones actuales de los distintos estados en guerra en Ucrania, señalándose mutuamente igual al meme de Spiderman y aclamando "¡Hitler!" a cada respiro.
Es demasiado fácil, por supuesto, entonar: es el capitalismo, Jake, particularmente cuando la estructura que tenemos ante nosotras es un capitalismo forzado cada vez más a actuar en sus países de origen como un poder colonial, asemejándose cada vez más a una ocupación territorial comandada por la violencia directa — y dependiendo del estado no sólo para la coordinación, para la mediación de sus contradicciones, sino para la disciplina social. Además, las limitaciones (restricciones, no determinaciones) sobre cómo luchar contra esto también son reales, y no sirve de mucho suponer que podríamos simplemente presumir sobre nuestra voluntad política y seleccionar libremente nuestras tácticas. Esa idea es para los idealistas.
No obstante, es útil recordarnos entre nosotras mismas que no debemos exagerar los poderes del Estado, ni como antagonista ni como salvador, ni como problema ni como solución, sino que debemos reconocer su desesperación como su verdadera debilidad y condición subordinada. No es el Estado la fuente de nuestra falta de libertad, sino sólo el gerente.
Y también podríamos reconocer que la generalización de ciertas tácticas nos dice poco sobre el carácter político de quienes las emplean, pero mucho sobre su propia fuerza y necesidad en las condiciones actuales. No estamos del lado del motín sino del levantamiento de George Floyd; no nos solidarizamos con los bloqueos de infraestructura, sino con la historia de la protección de la tierra y el agua de los pueblos originarios.
Mientras pensamos en cómo luchar, como debemos estar haciéndolo – rápidamente, sería también útil reflexionar sobre los puntos de vulnerabilidad, cómo pueden que hayan cambiado, y lo que aconteció para permitirlo.
Clover, Joshua. The Political Economy of Tactics, para Verso Blog. Marzo, 2022. Traducido e ilustrado por taller ahuehuete. El original, en inglés, se encuentra en la liga. Cortesía del autor.
Traducción innecesaria si se cuenta con baguette en el brazo, como nuestro Antijuras.
Se rumora que el ahuehuete es un club de fans no-oficial de Joshua Clover. Nuestra respuesta a semejantes acusaciones es: lo que se ve no se pregunta.