El cuchillo en tu garganta
Fragmento de The Knife At Your Throat, por Phil A. Neel, publicado en The Brooklyn Rail. Traducido por taller ahuehuete en solidaridad.
“Después de todo, la lucha de clases siempre renace de las batallas por las condiciones de subsistencia, por las necesidades básicas. Pero también se marchita rápidamente si se limita a negociar las condiciones de supervivencia.”
El cuchillo en tu garganta
Por Phil A. Neel
Fragmento de The Knife At Your Throat, publicado originalmente en inglés para The Brooklyn Rail. Traducido artesanalmente por taller ahuehuete en solidaridad.
En 2021, el 10% más rico de la población mundial poseía el 76% de toda la riqueza en el planeta, frente a un escaso 2% que se colocaba en manos del sector más pobre de la población. Esta desigualdad económica no sólo se intensificó rápidamente durante la pandemia, sino que también se produjo el aumento más rápido de concentración de riqueza en la cima: en ese mismo año, aproximadamente el 11% de toda la riqueza estaba en manos de sólo el 0,01% de la población, lo que supone el aumento de un porcentaje completo con respecto al año anterior. Los aproximadamente 2775 multimillonarios del mundo vieron cómo sus cuentas bancarias aumentaban del 2% en 2020 al 3,5% en 2021. También ocurrió con el crecimiento total de su riqueza, que ascendía a unos 4,4 billones de dólares.
Mientras tanto, más de 120 millones de personas se han visto empujadas a la pobreza extrema, lo que prácticamente ha anulado toda una década de (modestos) aumentos de ingresos entre las personas más pobres del mundo. Es así, en este contexto, en el que recibimos al actual estallido inflacionista.
Aunque estas tendencias son, como siempre, más extremas cuando se miden a nivel mundial, esto no significa que las habitantes de los países más ricos hayan sido inmunes al impacto. La división de clases es una línea de fractura que atraviesa todas las fronteras.
En vísperas de la pandemia, el único censo sistemático de la población sin hogar de Estados Unidos — el recuento anual "Point-in-Time" (PIT), realizado por el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano de los Estados Unidos, curiosamente ampliamente reconocido por hacer una subestimación sustancial del número real, diseñado para medir el mínimo del rango en lugar de la tendencia central — contabilizaba un total de 580,466 personas sin hogar en todo el país, de las cuales aproximadamente el 61% tenía acceso a refugios para personas sin hogar, y el resto no estaba protegido.
Las tasas per cápita más elevadas se registraron en las ciudades con los precios inmobiliarios más altos. Esta relación entre la inflación de los activos y el sinhogarismo no debería sorprendernos. Según un estudio reciente, en veinte de los mayores centros urbanos del país "un aumento de cien dólares en el precio medio de los alquileres se asoció con un aumento de aproximadamente un nueve por ciento en la tasa estimada de personas sin hogar".
Los recuentos de población más rigurosos realizados por las autoridades locales de estos lugares indican que entre el 1 y el 3 por ciento de la población total carece de hogar, y en muchos de estos estados también se observan porcentajes sustancialmente más altos de población sin hogar, junto con tasas más altas en zonas suburbanas y rurales. Sin embargo, tras el estallido de la pandemia, ocurrieron dos cosas: en primer lugar, en un intento por aplicar medidas de distanciamiento social, muchos albergues redujeron su número total de camas; y en segundo lugar, en 2021 el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano de los Estados Unidos simplemente canceló por completo el recuento de la población sin techo. Esta decisión se tomó a pesar de que sus propios datos mostraban que el número total de personas sin techo había aumentado más rápidamente que el total de personas alojadas incluso antes de la pandemia.
Esta crisis de la exclusión de vivienda, inextricablemente ligada a la inflación, se ha visto acompañada ahora por una crisis creciente de otros bienes de subsistencia a medida que la inflación se extiende a los combustibles y los alimentos. Así, la pandemia y el subsiguiente estallido inflacionista también han provocado un aumento notable tanto de los delitos de supervivencia — como el robo de alimentos o de leche de fórmula para bebés — o de la propagación más especulativa del comercio en el mercado negro, como el huachicol1, la reventa de gasolina chueca, o el comercio de adaptadores catalíticos robados.
La prensa popular culpa de todo este aumento de la criminalidad a las personas sin hogar. Pero cuando el aumento de los gastos hace que las condiciones de vida sean insostenibles, cada vez más personas encontrarán formas alternativas de conseguir los medios para su supervivencia. Estas alternativas no deben ser románticas, ni deben verse como algo que escapa de los límites del mundo capitalista. Por el contrario, son opciones sombrías de último recurso, que a menudo operan dentro de un nexo de depredación de segunda mano controlado por un orden diferente de capitalistas del mercado negro.
El resultado suele ser una tragedia: los lentos suicidios reaccionarios de los desposeídos que se aprovechan de los menos desposeídos mediante un fractal de puñaladas por la espalda. Pero estas crecientes grietas en el statu quo también revelan el potencial para que surjan nuevos modos de poder proletario si las diferentes batallas por la subsistencia pueden ser superadas y sintetizadas dentro de una lucha mayor. Del mismo modo, el aspecto más esperanzador de cualquier ruptura del sistema de precios es el retorno del espectro de la expropiación, el rasgo más distintivo de la práctica política comunista.
Por sí solas, tanto la ‘ilegalidad’ como las diversas formas de organización políticamente consciente — que van desde las actividades "autónomas" como la ayuda mutua hasta los proyectos institucionales del sindicalismo formal o la abogacía en materia de políticas — tienden a permanecer segregadas unas de otras y de la población en general, idealizadas por alguna facción política dentro de la amplia pero superficial "izquierda".
Mantenidas por separado, estas actividades no sólo son débiles, sino que a menudo se debilitan mutuamente. Sin embargo, si adoptamos una visión más amplia, el potencial para construir el poder comunista es tan visible en el creciente interés popular por la organización sindical como en las redes de saqueo semi-improvisadas y semi-organizadas que se desarrollaron a través del levantamiento de George Floyd. Después de todo, la lucha de clases siempre renace de las batallas por las condiciones de subsistencia, por las necesidades básicas. Pero también se marchita rápidamente si se limita a negociar las condiciones de supervivencia. Sólo se convierte en algo más cuando se derriban los muros que dividen los distintos canales de subsistencia. Si tuviéramos que elegir un único principio según el cual los comunistas pudieran orientarse y valorar el éxito o el fracaso de sus diversos esfuerzos, podría ser algo así: las pequeñas expropiaciones deben convertirse en grandes.
En otras palabras, la verdadera unión comunista sólo puede surgir cuando las formas rudimentarias de organización gestadas en estas luchas de subsistencia secuestradas por el capital evolucionan más allá de sus límites iniciales, rompiendo la separación que prevalece entre los diferentes caminos políticos — ilegalidad frente a legalidad, política frente a autonomía — y, por tanto, también tomando en cuenta las divisiones entre las personas desposeídas. Es claro que esto no es posible cuando la lucha sigue siendo únicamente subcultural, ni cuando se lleva a cabo puramente dentro de las instituciones existentes. El primer principio implica, por lo tanto, uno addendum: cualquier estrategia política que intente esquivar, negar o huir de la necesidad de expropiación no tiene carácter comunista.
Es probable que el actual estallido inflacionista retrocederá. La inflación no se afianzará inmediatamente y los actuales obstáculos de la cadena de suministro se suavizarán. En EE.UU., el índice de precios al consumo (IPC) muestra ya una ligera tendencia a la baja, y la Reserva Federal ha insinuado que la próxima ronda podría ir seguida de descensos en 2023.
Si bien es probable que las zonas más afectadas por las actuales perturbaciones energéticas debido a la guerra de Ucrania tengan más dificultades para revertir la tendencia — lo que se pone de manifiesto en la caída de los salarios en toda Europa, por ejemplo, y en la perspectiva de un invierno frío y oscuro —, entonces, no parece que exista todavía la voluntad política de desinflar completamente las burbujas de activos de las tasas de crecimiento (lentas, pero no insustanciales) de los países malamente llamados ‘desarrollados’.
Sin embargo, a medida que el proteccionismo, la regionalización de las cadenas de suministro, el creciente poder de monopolio de los fabricantes por contrato y el incremento de las sanciones políticas sigan silenciando el crecimiento del comercio mundial y segmentando aún más los mercados de capitales, el riesgo de nuevos estallidos inflacionistas no va más que aumentar.
Del mismo modo, las catástrofes ecológicas que avanzan como bolas de nieve, y otras perturbaciones aparentemente "exógenas" se están convirtiendo en asuntos que ocurren cada mes. Por ejemplo, justo cuando el índice de precios comenzó a descender, tras su nivel máximo alcanzado en verano, Pakistán sufrió aquellas devastadoras inundaciones que dejaron un tercio del país bajo el agua, y desplazaron a millones de personas, destruyendo millones de hectáreas de cultivo, lo que probablemente repercutirá en los precios mundiales del trigo, del algodón y, posiblemente, del arroz.
Por un lado, el actual régimen de transportación ya está mostrando ganancias reducidas, y los niveles extremos de desigualdad visibles en las ciudades más ricas del mundo — y entre los países más ricos y los más pobres — hacen que su aumento sea cada vez más desagradable. Por otro lado, las crisis de transferencias deflacionarias que han marcado los últimos treinta años irán acompañadas ahora de crisis inflacionarias cada más frecuentes relacionadas con la lenta fragmentación del comercio y de la producción.
Si la fragmentación es extrema, adoptará el carácter de políticas mercantilistas agresivas destinadas a catalizar la competitividad industrial — como las que se aplican actualmente en India — o incluso, la creación de cárteles en sectores de materias primas cruciales — por ejemplo, el petróleo, por un lado, y el litio, por otro—, posiblemente combinada con la disolución política — siempre parcial — de economías nacionales. El ejemplo más grave es Rusia, aunque el Brexit ilustra un caso más leve de la misma trayectoria.
Mientras tanto, la realidad del cambio climático justificará estas políticas en términos de resistencia y perseverancia, y cada región se convertirá en una fortaleza verde que deberá, para procurar su propia supervivencia, erigir muros contra la ola inevitable de de migrantes climáticos, asegurando sus propias fuentes soberanas de energía y alimentos, y atendiendo a los crecientes aparatos policíacos y militares que se considerarán necesarios para sobrevivir frente a los disturbios internos y las amenazas extranjeras.
Estas tendencias sólo impulsarán un mayor exceso en la demanda en las industrias básicas, presionando a la baja el crecimiento global, incluso si logran aumentar las tasas de crecimiento de los pocos ganadores en este jueguito de suma cero. Como ha ocurrido en el pasado, las nuevas luchas geopolíticas dentro de la jerarquía imperial volverán a adoptar la forma de una lucha justa por parte de los países obligados a ocupar posiciones inferiores en la gran pirámide de la plusvalía desviada.
En nombre del desarrollo, utilizarán métodos supuestamente "socialistas" como la planificación estatal y la subvención de industrias clave para asegurar el ascenso de sus clases dominantes nacionales contra esas fuerzas allá, en el imperio en decadencia. En ese momento, las divisiones entre las personas desposeídas se profundizarán tanto a escala nacional como internacional.
El poder comunista se construye rompiendo esas divisiones, negándonos a permanecer secuestradas dentro de las luchas por una subsistencia únicamente ‘justa’, o a posicionarnos y tomar partido cuando una potencia imperial menor desafía a una mayor, construyendo en cambio infraestructuras subterráneas que integran lo ilegal y lo legal, lo autónomo y lo institucional, y que conectan las fuerzas proletarias "nacionales" de todos los rincones del planeta, abarcando cada frontera en guerra bajo la bandera de expropiaciones cada vez más grandes, superando así una vez por todas esas categorías, y tal vez, sólo tal vez, arrancando el cuchillo que ha estado ya por tanto tiempo merodeando nuestra garganta para blandirlo contra los bastardos, que engordados de nuestra sangre, se dicen dueños cada centímetro de este mundo moribundo.
Se le determina huachicolero a la persona que se dedica a la venta no oficial de combustible (gasolina o diésel).