Resurgimiento y Eclipse del Proletariado
Traducción de «Re-emergence and Eclipse of the Proletariat» por disaffected communists.
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Resurgimiento y Eclipse del Proletariado
No somos el sindicato
Los burócratas sindicales se dan palmaditas en la espalda.
En las últimas semanas, más de 100 locales de Starbucks se han declarado en huelga como parte de la #RedCupRebellion de Starbucks Workers United. Læs trabajadores de los locales de Peet's Coffee han iniciado una campaña de sindicalización, y Kaiser Permanente llegó a un acuerdo provisional con la Asociación de Enfermeras de California que proporciona mayores protecciones para las enfermeras y læs pacientes, evitando por poco una huelga de más de 21,000 enfermeras.
La amenaza inminente de una huelga ferroviaria nacional justo a tiempo para la temporada de vacaciones ha llevado tanto a la Casa Blanca como al Congreso al modo de pánico, mientras ambas alas del Partido del Capital (incluidos los queridos socialistas democráticos) trabajan para evitar la catástrofe y "salvar la economía".
Esta "nueva oleada huelguística", ya anunciada como una de las más significativas de la historia de EEUU, parece estar firmemente anclada en el sector no manufacturero, como lo son los servicios de alimentación, sanidad, educación y el transporte. Así pues, el mandato de "aumentar el poder de læs trabajadores" que llega desde las altas esferas de la dirección sindical parece ser un silbatazo desde arriba, con una base firme en la realidad.
Queremos examinar el asunto más de cerca. Aunque puede ser fácil intoxicarnos con el elixir del "poder de la clase obrera" cuando pasamos día tras día en las trincheras manifestándonos, no es la panacea que el sindicato vende como tal. A riesgo de caer en la hipérbole, podríamos incluso sugerir que, liderado por una burocracia sindical, el "poder obrero" es un vendedor de espejitos, un remedio del tipo de los aceites de serpiente. Sólo basta considerar los últimos siete años de lucha en Estados Unidos para que este problema se cristalice y aparezca con claridad ante nuestros ojos.
Antes de nada, una aclaración terminológica. Por "movimiento de trabajadoræs", entendemos esencialmente el "movimiento obrero". Lo distinguimos del proletariado, que no se reduce a la clase obrera o al trabajo organizado. Læs proletariæs son, sencillamente, las personas desposeídas: que no tienen acceso sin intermediariæs a los medios de subsistencia o a los medios de producción. Muchæs proletariæs se ven obligadæs a vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario para satisfacer las condiciones básicas de supervivencia. Otræs no tienen tanta (mala) suerte. Así pues, no todæs læs proletariæs son "clase obrera" en el sentido estricto del término. El proletariado es una composición mucho más heterogénea y despareja en la que la única condición en común es una situación de desposeimiento. Por esta razón, la lucha proletaria no se limita ni se ha limitado nunca al movimiento obrero. La reestructuración de la relación capital-trabajo en el último lustro conlleva importantes ramificaciones en cuanto a la forma que adquiere la lucha. Lo examinaremos más a fondo brevemente.
Lo que ha sido más sorprendente que el reciente y modesto incremento de la actividad huelguística es el reciente aumento de la tendencia a abandonar por completo la "fuerza de trabajo". Esta inclinación, que tiene sus raíces en la crisis financiera del 2008, estalló en una renuncia generalizada a trabajar en condiciones pandémicas. El llamado "Gran Rechazo", junto con los intentos de las empresas de aumentar la producción a través de cadenas de suministro interrumpidas, aparece como un "mercado laboral reñido" y contribuye a fomentar las huelgas laborales al ofrecer a læs trabajadorvs una mejor posición para negociar. Esto ayuda a explicar, por ejemplo, la reciente sindicalización histórica en el sector terciario (servicios). Sin embargo, bajo este impulso sindical se esconde la creciente brecha entre læs subempleadæs y læs desempleadæs — una creciente población excedente — y las organizaciones de la "clase obrera" (sindicatos, el DSA, editores de la revista Jacobin, el Caucus Progresista del Partido Demócrata) que afirman representar a un movimiento obrero renaciente y, a través de ellos, al proletariado en su totalidad.
«Muchæs proletariæs se ven obligadæs a vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario para satisfacer las condiciones básicas de supervivencia. Otræs no tienen tanta (mala) suerte. Así pues, no todæs læs proletariæs son "clase obrera" en el sentido estricto del término. El proletariado es una composición mucho más heterogénea y despareja en la que la única condición en común es una situación de desposeimiento. Por esta razón, la lucha proletaria no se limita ni se ha limitado nunca al movimiento obrero».
Golpe y contragolpe
Unæ pesimista podría argumentar que la atención y el elogio atribuidos a las novedosas olas sindicales en Estados Unidos están imbuidas de la sustancia de la contra-insurgencia tras la Rebelión de George Floyd. Después de todo, ésta fue una oleada de descontento social mucho más significativa históricamente, cuya forma y contenido apuntaban más allá de nuestra relación en referencia a nuestros trabajos asalariados, o su afirmación. Y más hacia el conflicto directo con el Estado y la expropiación de los medios de supervivencia.
También fue una forma de resistencia de carácter racializado. Este atributo de la rebelión fue como un conflicto fluido y disperso sobre los términos de la supervivencia y la reproducción social — provocado por la ruptura de la relación entre la reproducción del capital y la reproducción del proletariado, agravada por la pandemia y desencadenada por la policía racializadora de la crisis — lo que hizo que fuera difícil de gestionar para los intermediarios y árbitros de la identidad de la "clase obrera".
Por supuesto, se las arreglaron para inmiscuirse: en las calles, en las reuniones del consejo municipal, en las asambleas progresistas; y en el transcurso de un año, la histórica revuelta proletaria liderada por las personas negræs había sido eclipsada por el "retorno del trabajo", la elección del "presidente más pro-sindicalista de nuestras vidas" (Joe Brandon) y las subsiguientes "olas de huelgas", que tan cacareadas y festejadas fueron por los líderes sindicales y periodistas laborales, que las pintaron como las más significativas desde la cúspide de la década de 1940.
Este aparente paso, de disturbios "desorganizados", saqueos masivos, expropiaciones, ‘criminalidad’ y enfrentamientos con el Estado, provocados por el sentimiento racializado de desaliento, descontento y deserción del lugar de trabajo, a un movimiento obrero formal renaciente, enérgico, unido y respetable, oculta el declive mucho más general de la huelga, de los sindicatos y de las organizaciones obreras como tales. Aunque, en el transcurso de unos pocos años, las recientes "oleadas huelguísticas" han llegado a representar la cumbre táctica y estratégica del movimiento obrero, lo hacen en el contexto de un declive de medio siglo en la actividad huelguística, la sindicalización y el "poder obrero"1.
El descenso general de la tasa de ganancia a mediados de los años sesenta, las crisis del petróleo, las crisis monetarias y el estancamiento de los años setenta -en resumen, el final del Largo Boom del capital- y las décadas posteriores de atrofia económica y burbujas especulativas interrumpidas provocaron una reestructuración significativa de la composición del capital, la relación capital-trabajo y la asignación de capital y trabajo entre los diferentes sectores de la economía. El resultado fue la desvinculación de la producción capitalista de la reproducción proletaria: la salida de la mano de obra de los sectores industriales organizados y altamente capitalizados, la expansión del empleo en el sector de los "servicios" y en el sector no manufacturero, el aumento de la fragmentación y explotación racial y de género de la mano de obra, y el crecimiento de la población "redundante", lo que dio lugar a una mayor informalización y criminalización de la vida proletaria.
En el colapso del "movimiento obrero", iniciado cuando estas tendencias empezaron a caracterizar a la economía estadounidense en su conjunto, una ola de disturbios racializados se apoderó de aquellas regiones abandonadas por el capital (y, por extensión, por el "mundo laboral"). Este carácter del conflicto social no ha hecho sino intensificarse en los ciclos de lucha más recientes.
«La histórica revuelta proletaria liderada por las personas negræs había sido eclipsada por el ‘retorno del trabajo’, la elección del ‘presidente más pro-sindicalista de nuestras vidas’ (Joe Brandon) y las subsiguientes ‘olas de huelgas’, que tan cacareadas y festejadas fueron por los líderes sindicales y periodistas laborales, que las pintaron como las más significativas desde la cúspide de la década de 1940».
Se cierra el telón de la era sindical
Este baile entre la clase obrera "formal" y el desorden de la existencia proletaria real no es nada nuevo. Así que desviémonos hacia una historia muy abreviada del movimiento obrero clásico en Estados Unidos e investiguemos sus límites en el momento actual.
En cuanto a la racialización del conflicto de clases, el historial del movimiento obrero estadounidense — especialmente de los sindicatos — no es muy bueno, por no decir otra cosa. Læs trabajadores negræs, tanto en el periodo previo a la Guerra Civil como durante y después de la lucha por la Reconstrucción, fueron considerados por los trabajadores blancos y sus organizaciones como una amenaza abyecta para la solidaridad de clase.
La ociosidad y la criminalidad latente fueron los clichés empleados para excluir a læs proletariæs negræs del movimiento obrero. Durante la primera mitad del siglo XX, cuando la Federación Estadounidense del Trabajo (AFL) derrotó a los Caballeros del Trabajo como representante de la "clase obrera" estadounidense, y más tarde absorbió al Congreso de Organizaciones Industriales (CIO) para convertirse en la AFL-CIO, la enemistad manifestada por trabajadores blancæs, y la violencia contra læs negræs (los mal llamados "disturbios raciales") fueron rasgos habituales en la constitución del movimiento obrero.
Durante la Gran Depresión, tanto el "New Deal" (la supuesta inspiración de Joe Brandon y Bernie para su nueva era del movimiento obrero estadounidense) como la estrategia del Frente Popular de la Comintern comprometieron infamemente a læs trabajadores agrariæs negræs, desposeyéndolos de la agricultura sureña durante décadas antes de que pudieran ser absorbidos (parcialmente) por la recuperación industrial de la Segunda Guerra Mundial y la expansión económica de posguerra. Las oleadas migratorias resultantes hacia los cinturones manufactureros del norte y del sur provocaron una creciente militancia industrial entre los trabajadores negros2 , a pesar de que los sindicatos los relegaban a los puestos de menor categoría, si es que lograban afiliarse a sindicatos industriales. Estos puestos fueron los primeros en automatizarse, ya que las oleadas de desindustrialización golpearon primero y con más dureza a los proletarios negros, lo que condujo al crecimiento de lo que el trabajador del automóvil y miembro (y crítico) de la UAW James Boggs denominó la "subclase negra3".
Por esa misma época, tras una oleada de huelgas masivas en 1945-1946, cuando un exceso de trabajadoræs regresó a las industrias estancadas inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, el Congreso aprobó la Ley Taft-Hartley con apoyo bipartidista. Los supuestos representantes de la clase obrera firmaron compromisos anticomunistas y comenzaron las purgas de auténticæs o presuntæs miembræs del Partido Comunista (si no lo habían hecho ya: la AFL era notoriamente anticomunista). Estos dos rasgos — antinegro y anticomunista — condicionaron la llamada "Edad de Oro" del capitalismo estadounidense (es decir, el Largo Boom) y la edad de oro del movimiento obrero estadounidense (la afiliación sindical alcanzó su punto álgido en 1955, año en que se fusionaron la AFL y el CIO).
El resto de la historia resulta más familiar, ya que el ejercicio de las funciones policiales y el encarcelamiento se ofrecieron como las únicas "soluciones" a una crisis de creciente desempleo, desposesión, descontento y rebelión de la población negra. La "criminalidad" entró en el léxico popular. Las organizaciones sindicales, que experimentaban un descenso en el número de nuevos afiliados y en sus ingresos a medida que la desindustrialización, la reducción de la mano de obra y el despido afectaban al resto de la población activa, reforzaron su atracción por los "salarios de la blanquitud". Atraídos por el debate entre pobres "que lo merecen" y "que no lo merecen" para no cargar con el peso de la reacción anti-sindical, se volvieron contra la "subclase negra", cuya exclusión de la mano de obra y del movimiento obrero ellos mismos habían facilitado. La reacción, por supuesto, siguió su curso. Las tasas de sindicación cayeron precipitadamente. El encarcelamiento por motivos raciales aumentó vertiginosamente.
La herencia histórica se puede encontrar hoy en día: mientras que los izquierdistas profesionales alaban el nuevo movimiento obrero, al mismo tiempo condenan las "olas de crímenes", incluyendo el aumento de los saqueos masivos descentralizados4 en todo Estados Unidos en el período previo al Viernes Negro5 del 2021. Este intento de distinguir el trabajo de los elementos "criminales" del proletariado revela la brecha entre la creciente población excedente y la mano de obra sindicalizada como una exclusión racializada: la construcción de un movimiento obrero "virtuoso" sólo es posible a través del destierro y el abatimiento de la "subclase negra". El "sector servicios" — el único sector de la economía que ha experimentado un crecimiento significativo del empleo desde la Gran Recesión — es un sector desproporcionadamente racializado y feminizado6. También sigue siendo el centro de los recientes esfuerzos de sindicalización.
Sin embargo, al valorizar únicamente la organización "formal" de læs trabajadoræs y tratar a la "clase trabajadora" como una categoría moral en lugar de objetiva, este nivel de diferenciación concreta y experiencia de clase se deja de lado y se borra en la búsqueda de la construcción de una identidad unificada de "clase trabajadora" que sólo está legitimada por la intervención a través de los canales "apropiados" de lucha. Aunque los burócratas sindicales y los izquierdistas profesionales sean demasiado cuidadosos y estén entrenados en la DEI7 para desplegar explícitamente la hostilidad racial (no pueden perder esos contratos periodísticos y puestos remunerados), siguen apelando a una "unidad de clase" que en la práctica real se consigue a través de la racialización y la hetero-patriarcalización, contrastándola y oponiéndola a la "criminalidad", la anarquía y la indigencia, e infundiendo así nueva vida al conflicto ideológico entre pobres "que no lo merecen" y pobres "que merecen ser pobres".
«La ociosidad y la criminalidad latente fueron los clichés empleados para excluir a læs proletariæs negræs del movimiento obrero».
La Sombra de la Torre de Marfil
En el sector educativo, donde la única función real del trabajo académico es la reproducción de la relación entre capital y trabajo, es cierto que las huelgas ocupan una posición estratégica en la división social del trabajo. Quizás sea más el caso en el sector público de la educación K-12 que en una prestigiosa y selectiva institución de investigación "pública Ivy" como la Universidad de California, pero como la universidad en general se ha convertido más en un instrumento central en la producción y regulación de una población excedente relativa endeudada y precariamente empleada, las grandes huelgas en la "educación superior" no pueden ni deben descartarse.
Dada la integración de la universidad en la economía política y la geografía de su entorno, como centros de investigación y desarrollo en los campos STEM, importantes terratenientes y empleadores, amortiguadores en la demanda del creciente sector de servicios, la resplandeciente fachada de la vida universitaria no está lejos de læs desahuciadæs y desposeídæs, desde las ruinosas infraestructuras de las zonas periféricas hasta las redes logísticas de los principales puertos marítimos, aéreos y ferroviarios, pasando por los centros sanitarios de todas las grandes ciudades. La vida profesional de la universidad proyecta una larga sombra en la forma del proletariado. La hostilidad nunca está lejos. En el propio campus, la vida estudiantil se ha vuelto más agitada, sobre todo desde que la crisis de 2008 ha supuesto un aumento de las matrículas y las deudas y un descenso de las posibilidades de empleo estable. El techo en descenso se ha topado con un suelo inflexible. Por esta razón, en el transcurso de las últimas décadas, la organización "de izquierdas" se ha trasladado a los campus universitarios y ha dejado atrás los centros históricos de las regiones manufactureras y extractivas. Esta organización ha reflejado generalmente el proceso de lucha del que forma parte. Visto así, no es sorprendente que en 2020 florecieran levantamientos adyacentes8 a casi todos los campus de la Universidad de California y en ciudades universitarias grandes y pequeñas.
Pero son estas mismas condiciones, que forman la base de la izquierda renaciente que se ve en todo el espectro de la vida estudiantil, las que constituyen el límite de la organización en los campus y la pobreza de la vida estudiantil en general. La vida estudiantil no es un microcosmos o una destilación de todas las contradicciones del mundo infernal colonial-capitalista, sino que está en gran medida alejada y aislada de su miseria y violencia9. La "izquierda" que ha resurgido en los campus en los últimos años está, como resultado, en gran medida fuera de contacto y muy atrofiada. Es vulnerable a la recuperación.
Que el ejemplo fluya de la universidad como una flama, y que el incendio se extienda
Así es cómo y por qué nos hallamos escépticæs, no de la huelga en sí, sino de su gestión tanto por parte de los dirigentes sindicales como de los izquierdistas y socialistas del pueblo que adoptan de forma acrítica la narrativa del "poder obrero" y la "solidaridad obrero-estudiantil", sin ningún contenido material claro. La tarea, más bien, es comprender las condiciones de oportunidad y los límites de esta huelga. Para las masas, está claro que cuanto más dure y más amplios sean sus resultados, mayor será el impacto económico en la UC y, por lo tanto, mayor será la capacidad de negociación. Pero para nosotræs, como comunistas insumisæs, extender la huelga y generalizar su alteración en las funciones diarias de la universidad es interrumpir no sólo la reproducción de la universidad como institución, con sus cuadernos de contabilidad, plazas, presupuestos y cifras de contaduría, sino la reproducción de esta particular división social del trabajo y de la propia relación-capital10.
La tarea entonces es la de convertir la huelga en algo general, primero cuestionando cómo se constituye tácticamente, y luego expandiendo el efecto de la propia "huelga" a través de actividades que podrían parecer externas y opuestas a ella. Aquí debemos preguntarnos: ¿qué es una huelga? ¿Cómo interviene en la reproducción del capital y qué otros medios pueden utilizarse para extender estos efectos más allá del lugar de reunión formal de los manifestantes? ¿Cómo se presenta la composición del capital y el trabajo en la universidad en nuestro presente y cómo informa esto las tácticas a nuestra disposición? ¿Cómo cambia esta composición con la trayectoria y el desarrollo de la huelga a lo largo del tiempo, día a día, semana a semana? La respuesta simple y abreviada es, en términos abstractos, que es necesario bloquear el flujo de la forma del valor y proceder a la expropiación en todo momento. La respuesta práctica es, en lo concreto, más difícil de decidir entre tú y tus compas, y de llevar a la realidad material. Hacer huelga significa hacer huelga; se trata de una pregunta con la que hay que luchar en la práctica, en el propio desarrollo de la lucha.
Apostamos a que el paternalismo táctico de la UAW11 no está en absoluto orientado hacia estos objetivos, sino que se ajusta mejor a un regreso a la normalidad, una victoria rápida para un sindicato en plena lucha interna, cuya administración y miembros negociadores están plenamente integrados a la relación capital-trabajo. Por lo tanto, no tienen más que desprecio y miedo por las masas, y por un proletariado que quiere salir de este infierno existencial, en lugar de recibir una parte más "justa" de los ingresos que el infierno cosecha. Una vez que reconozcamos esta tensión y este conflicto de intereses, podremos empezar a desarrollar trayectorias estratégicas y tácticas adecuadas para esta tarea.
Así que, cuando escuches a los dirigentes sindicales en la línea del piquete desaprobar las actividades "no sancionadas", criticándolas por "separatistas", "anárquicas", "ineficaces", "peligrosas" o " fuente de distracción", ten en cuenta esta historia y este contexto. No son los sindicatos como instituciones los que nos han llevado a nuestras posibilidades actuales, sino la rebelión militante tanto dentro como fuera de la relación laboral formal. El sindicato afirma que esta huelga representa una oportunidad histórica para la lucha; si es así, esa posibilidad sólo se hará realidad cuando nuestras tácticas, estrategias y formas organizativas se liberen de la postura oficial del sindicato — y la revuelta se extienda como fuego de un campus a otro.
No es demasiado no exigir nada, y tomarlo todo.
Por lo tanto, no tienen más que desprecio y miedo por las masas, y por un proletariado que quiere salir de este infierno existencial, en lugar de recibir una parte más "justa" de los ingresos que el infierno cosecha.