Tánatos Triunfante
Por Mike Davis. Traducción del ensayo "Thanatos Triumphant" para New Left Review, Marzo del 2022.
¿La hegemonía requiere un gran diseño? En un mundo en el que mil oligarcas bañados en oro, jeques multimillonarios y deidades de Silicon gobiernan el futuro humano, no debería sorprendernos descubrir que la codicia engendra mentes reptilianas. Lo que más me llama la atención de estos extraños días — mientras las bombas termobáricas derriten centros comerciales y los incendios hacen estragos en los reactores nucleares — es la incapacidad de nuestros supermanes para legitimar su poder en cualquier relato plausible del futuro próximo.
Según parece, Putin, que se rodea de tanta astrología, misticismo y perversión como los Romanov en fase terminal, cree sinceramente que debe salvar a los ucranianos de ser ucranianos, no sea que el destino celestial de la Rus se torne imposible. Hay que destrozar el presente para convertir en futuro un pasado imaginario.
Lejos del archiconocido y maestro del engaño que admiran Trump, Orbán y Bolsonaro, Putin es simplemente despiadado, impetuoso y propenso al pánico. La gente en las calles de Kiev y Moscú que se rió de la amenaza hasta que empezaron a caer los misiles, fueron ingenuos sólo al esperar que ningún líder racional sacrificaría la economía rusa del siglo XXI para levantar una falsa águila doble sobre el río Dniéper.
En efecto, ningún líder racional lo haría.
En la otra costa, Biden lleva a cabo una sesión ininterrumpida con Dean Acheson y todos los fantasmas de las guerras frías del pasado. La Casa Blanca carece de visión en el terreno enmarañado que ayudó a crear. Todos los centros de análisis y las mentes brillantes que supuestamente guían el ala Clinton-Obama del Partido Demócrata tienen, a su manera, el mismo cerebro de lagarto que los adivinos del Kremlin. No pueden imaginar ningún otro marco intelectual para el declive del dominio estadounidense que no sea la rivalidad nuclear con Rusia y China. (Ya casi se podía oír el suspiro de alivio al ver que Putin levantaba la carga mental implícita en tener que pensar en una estrategia global para el Antropoceno). Al final, Biden ha resultado ser el mismo belicista en el poder que temíamos que fuera Hilary Clinton. Aunque ahora Europa del Este distraiga, ¿quién puede dudar de la determinación de Biden de buscar la confrontación en el Mar del Sur de China, aguas mucho más peligrosas que el Mar Negro?
Mientras tanto, la Casa Blanca tiene la impresión de haber tirado casi por casualidad a la basura su débil compromiso con el progresismo. Una semana después del informe más aterrador de la historia, que implicaba la próxima aniquilación de la pobre humanidad, el cambio climático no obtuvo ni una mención en el Informe sobre el Estado de la Unión. (¿Cómo podría compararse con la trascendental urgencia de reconstruir la OTAN?) Y Trayvon Martin y George Floyd son ahora sólo animales atropellados sobre la carretera, que desaparecen rápidamente de la vista en el espejo retrovisor de la limusina presidencial, mientras Biden se apresura a reconfortar a los policías asegurándoles que es su mejor amigo.
Pero no se trata simplemente de una traición: la izquierda estadounidense también es responsable del pésimo resultado. Casi ninguna de las energías generadas por Occupy, BLM y las campañas de Sanders fueron canalizadas para repensar las cuestiones globales y enmarcar una política renovada de solidaridad. Tampoco se ha producido una renovación generacional de la visión radical (I.F. Stone, Isaac Deutscher, William Appleman Williams, D.F. Fleming, John Gerassi, Gabriel Kolko, Noam Chomsky... por nombrar sólo algunos) que en su día se concentraba en la política exterior estadounidense.
Por su parte, la Unión Europea tampoco ha vencido los problemas de caracterización de la época y los fundamentos de una nueva geopolítica. Tras haber atado su estrella en el comercio con China y el gas natural de Rusia, Alemania en particular corre el riesgo de sufrir una desorientación espectacular. La coalición mediocre de Berlín está mal equipada, por no decir otra cosa, para encontrar un camino alternativo hacia la prosperidad. Del mismo modo, Bruselas, aunque reanimada temporalmente por el peligro ruso, sigue siendo la capital de un Super-Estado fallido, una unión que ha sido incapaz de gestionar colectivamente la crisis migratoria, la pandemia o los hombres fuertes de Budapest y Varsovia. Una OTAN ampliada y atrincherada tras un nuevo muro en el Este es un remedio peor que la enfermedad.
Todo el mundo cita a Gramsci sobre el interregno, pero eso supone que algo nuevo nacerá o podrá nacer. Yo lo dudo. Creo que lo que debemos diagnosticar en su lugar es un tumor cerebral que afecta a la clase dominante: una creciente incapacidad para conseguir entender de forma coherente el cambio global con el fin de definir intereses comunes y formular estrategias a gran escala.
En parte se trata de la victoria del presentismo patológico, que hace todos los cálculos basándose en las cuentas de resultados a corto plazo para permitir a los superricos consumir todo lo bueno de la tierra en el transcurso de sus vidas. (Michel Aglietta en su reciente Capitalisme: Le temps des ruptures subraya el carácter inédito de la nueva división generacional sacrificial). La codicia se ha radicalizado hasta el punto de que ya no necesita pensadores políticos ni intelectuales orgánicos, sólo Fox News y el cable de banda ancha. En el peor de los casos, Elon Musk se limitará a liderar una migración multimillonaria hacia el exterior del planeta.
También puede ser que nuestros gobernantes estén cegados porque carecen de una visión penetrante de la revolución, burguesa o proletaria. Una era revolucionaria puede vestirse con trajes del pasado (como articula Marx en El decimoctavo brumario), pero se define a sí misma reconociendo las posibilidades de reorganización de la sociedad que surgen de las nuevas fuerzas de la tecnología y la economía. En ausencia de una conciencia revolucionaria externa y de amenazas de insurrección, los viejos órdenes no producen sus propios (contra)visionarios.
(Permítanme señalar, sin embargo, el curioso ejemplo del discurso que Thomas Piketty pronunció el 16 de febrero en la Universidad de Defensa Nacional del Pentágono. Como parte de una serie de charlas sobre "La Respuesta a China", el economista francés argumentó que "Occidente" debe desafiar la creciente hegemonía de Pekín abandonando su "anticuado modelo hipercapitalista" y promoviendo en su lugar un "nuevo horizonte igualitario emancipador a escala global". Un lugar y un pretexto curiosos, por no decir otra cosa, para defender la socialdemocracia).
Mientras tanto, la naturaleza vuelve a tomar las riendas de la historia, realizando sus propias contrapartidas titánicas, a expensas de los dominios, sobre todo de las infraestructuras naturales y de ingeniería, que los imperios creían controlar. Desde este punto de vista, el "Antropoceno", con su matiz prometéico, parece especialmente inadecuado para la realidad del capitalismo apocalíptico.
Como objeción a mi pesimismo, se podría afirmar que China es clarividente donde los demás son ciegos. Ciertamente, su vasta visión de una Eurasia unificada, el proyecto del Cinturón y la Ruta, es un gran diseño para el futuro, sin precedentes desde que se alzó el sol del "siglo americano" sobre un mundo destrozado por la guerra. Pero el ingenio de China, 1949-59 y 1979-2013, ha sido su práctica neomandarina de liderazgo colectivo, centralizado pero polifónico. Xi Jinping, en su ascenso al trono de Mao, es el gusano de la manzana. Aunque ha reforzado económica y militarmente el peso de China, su imprudente desencadenamiento del ultra-nacionalismo podría abrir la caja de Pandora nuclear.
Estamos viviendo la edición de pesadilla de "Los grandes hombres hacen historia". A diferencia de la fase alta de la Guerra Fría, cuando los politburós, los parlamentos, los gabinetes presidenciales y los estados mayores contrarrestaban hasta cierto punto la megalomanía en la cima, hay pocos interruptores de seguridad entre los líderes máximos de hoy y el Armagedón. Nunca se ha puesto tanto poder económico, mediático y militar concentrado en tan pocas manos. Esto debería hacernos rendir homenaje ante las tumbas de los héroes Aleksandr Ilyich Ulyanov, Alexander Berkman y el incomparable Sholem Schwarzbard.