Notas sobre el trauma y la violencia en el conflicto palestino-israelí
Frente al dolor y los escombros, reconocimiento del otro, empoderamiento y acción colectiva. Texto y fotografías de Brigata Basaglia y traducción de Beto Paredes.
En estos días, atónitos e impotentes, asistimos a una masacre en tiempo real, en directo en los medios de comunicación. La matanza de miles de personas atrapadas en la Franja de Gaza, con bombardeos masivos, incluso con fósforo blanco. Un pueblo que se queda sin agua ni comida, sin electricidad ni medicinas. Ataques indiscriminados, también en Cisjordania, por parte del ejército y los colonos israelíes.
Un ataque que deja entrever una voluntad de exterminio y aniquilación de la población palestina, deshumanizada y convertida en enemiga, con una retórica criminal e islamófoba que sobrepone a les habitantes de Gaza con el terrorismo islámico. Llamarlo guerra es incorrecto, ya que no se enfrentan dos ejércitos nacionales, no es sino un ejército dotado de todas las tecnologías y armamento que ataca un territorio sin Estado autónomo, densamente poblado, destruyendo hospitales, campos de refugiades y escuelas llenas de civiles indefenses con la excusa de golpear a una organización terrorista.
Como ya hemos escrito, trabajando en el ámbito de la salud mental y en contacto con el sufrimiento de personas que atraviesan experiencias traumáticas, somos conscientes del impacto que esto tiene en la existencia. El umbral del sufrimiento está más allá de lo imaginable y el riesgo para quienes asistimos, seguros en nuestros hogares, lejos de Palestina, es que cedamos a la costumbre ante el horror y el dolor ajeno y que la incapacidad de tolerar o siquiera imaginar ese dolor nos lleve a defendernos, disociándonos emocionalmente.
La disociación es una función psíquica de la vida cotidiana, necesaria a la hora de desempeñar determinadas funciones, una forma de reducir la ansiedad en condiciones de estrés o de desvincularse del entorno para mantener un estado de ánimo agradable y relajado. Se divaga con la mente. Es un mecanismo de defensa que permite aislarse del mundo, concentrando los pensamientos en otra cosa.
También sirve para protegerse contra el dolor y los recuerdos desagradables, lo que permite seguir viviendo a pesar del dolor psíquico experimentado. Esto se consigue separando una idea o un recuerdo de su significado emocional y del afecto ligado a él.
Para hacer frente al violento impacto emocional que sufre nuestra mente cuando ocurre algo muy malo e insoportable, experimentamos una sensación de desapego que nos lleva a reducir el impacto emocional del suceso traumático en nuestra psique.
Cuando esta modalidad se convierte en estructural en la personalidad de un sujeto y se utiliza de forma masiva y omnipresente para no entrar en contacto con parte de la propia realidad psíquica y parte de la externa, para negar lo que sucede haciéndose sentir indiferente u hostil a la verdad, entonces la disociación se convierte en patológica y perjudicial. Sucede a los individuos y parece que también a nivel mundial. La población mundial, gracias a la omnipresencia de los medios digitales, está confusa y pasivamente expuesta al asesinato de miles de personas.
Muchas personas protestan en las calles de todo el mundo y se enfrentan al dolor de ser testigos impotentes de un genocidio, pero muchas otras parecen negar las atrocidades cometidas por el Estado de Israel, avaladas criminalmente por instituciones y gobiernos.
Además de la disociación, sabemos –gracias al psicoanálisis– que existe un poderoso mecanismo de nuestra mente, definido con el término negación, que conduce a un repliegue y huída de la conciencia de lo que ocurre fuera de nosotros, cuando lo experimentamos con demasiado dolor o cuando tiende a contradecir nuestras creencias defensivas. Nos negamos a reconocer una parte desagradable de la realidad, huimos de ella, la negamos y la sustituimos por hechos opuestos, utilizando argumentos pragmáticos y "racionales".
Las personas emprenden maniobras evasivas que les impiden cuestionar y asumir responsabilidades. No se puede cuestionar, y por tanto afrontar la realidad y admitir lo que está ocurriendo, si uno está convencido de que no tiene nada que ver, de que la responsabilidad es externa y de que lo que ocurre se debe a causas de fuerza mayor.
Hay aspectos de la realidad –y esto es lo que están viviendo millones de seres humanos en estos momentos– que son impensables, que hay que borrar por miedo y temor a que algún día nos toquen a nosotros también.
Esta actitud mental generalizada y ubicua, útil para que el individuo sobreviva psíquicamente cada día, utilizada a nivel colectivo para negar una atrocidad en curso y mantener intacta su existencia privilegiada, frente a otras situaciones de opresión, es lo que siempre ha permitido los genocidios, la opresión de los pueblos y de las clases trabajadoras, el racismo, la violencia del patriarcado, la existencia de regímenes fascistas y teocráticos.
Estar dispueste a transigir, adaptarse al estado actual de las cosas o sentirse indiferente se convierte en el soporte para ello. A pesar de que existen pruebas tangibles, objetivas y visibles de la masacre que se está produciendo, uno prefiere no ver ni tomar partido tras una supuesta razonabilidad. Une está convencido de que se basa en hechos, en elementos racionales y objetivos, cuando en realidad los selecciona para eludir la vista de lo que no soporta, lo que contradice su convicción cómoda y privilegiada.
Este funcionamiento, si bien nos permite adaptarnos en situaciones contradictorias, parece conllevar un sentimiento de alienación e impotencia. Se hace necesario funcionar mediante escisiones y negaciones para soportar contradicciones tan lacerantes que nos hacen dudar de nuestro sentido de nosotros mismes y del mundo. Es una condición que sufrimos a causa del sistema en el que vivimos y que nos pone en contacto con la aberración, que nos obliga a comportarnos en contra de nuestras convicciones.
La única manera de recomponer las cosas pasa por negar la realidad para librarnos de la responsabilidad de nuestras elecciones y acciones. Debemos mentirnos a nosotros mismes y al mundo para perdurar. Y si nos encontramos del lado de les que oprimen, sólo podremos funcionar de manera escindida.
Durante las guerras y los exterminios, de hecho, el modo de pensamiento predominante sólo puede ser el de la escisión, que conduce a dos representaciones extremas de la realidad, un lado bueno y un lado malo.
El bando contrario a destruir se caracterizará únicamente por elementos negativos, mientras que el propio bando adquirirá un valor positivo absoluto e idealizado. Y uno estará dispuesto a hacer cualquier cosa para promover su propio bando.
La rabia ciega y la violencia que impulsan los actos criminales del ejército israelí y de su gobierno no son más que la expresión de una rabia narcisista reactiva y destructiva en la que el Otre, considerado el perseguidor, es el enemigo que sólo puede ser completamente borrado de la faz de la tierra. Lo que, por otra parte, reivindica Israel es el objetivo del mundo árabe hacia él. La destructividad tiene su origen en las heridas narcisistas infligidas al yo y en el terror de que la propia existencia esté en peligro.
Esta furia sin sentido, y lo que conllevará una vez que el "enemigo" sea finalmente eliminado, volverá como un boomerang contra Israel y sus ciudadanes. La negativa de Occidente a reconocer el impacto del trauma causado por la ocupación del Estado de Israel y sus tropas y colonias militares en los territorios palestinos, la violación traumática y patológica y el origen que condujo a la ocupación de esas tierras, es el grave error que nos ha llevado a este punto.
El riesgo de que en este clima de odio y obcecación se produzca un rebrote racista contra les judíes en todo el mundo es muy alto.
La guerra sólo trae, tras de sí escombros, derrumba el horizonte del sentido. Ser derrotade significa, en primer lugar, perder la capacidad de expresar con palabras el propio dolor. Toda la comunidad retrocede, recurre a divisiones rígidas (nosotres-elles, buenes/males) que propagan la paranoia, la degeneración ética y la falta de pensamiento crítico.
La tendencia a negar dignidad y legitimidad al Otre, a deshumanizarle, es una tendencia posible en cada uno de nosotres. El esfuerzo que hay que hacer es precisamente ser conscientes de que nuestra seguridad en tiempos oscuros deriva de un sentido acrítico e inquebrantable de pertenencia al propio grupo. Esta adhesión total, sin embargo, puede estrechar el espacio mental y la empatía hacia los que quedan fuera de este grupo. El grupo, cuando está en modo maníaco y proyectivo, se vuelve incapaz de pensar.
Esta realidad que nos aplasta y nos dificulta procesar zonas ciegas, inaccesibles a la conciencia, requiere un contexto relacional para ser abordada. Exactamente igual que en el ámbito terapéutico, también desde el punto de vista colectivo, necesitamos contextos de elaboración a través de la relación, la confrontación, el contacto con otras personas y su punto de vista.
E incluso antes de eso viene el contacto con une misme y sus emociones y el contacto con la realidad que percibimos y de la que se origina uBrigata Basagliana verdad. Una verdad que sólo se puede sentir realmente estando dentro de las cosas y de la existencia.
Esto ayuda a salir del modo de escisión, proyección y negación que es típico de la postura maníaca, paranoica, destructiva y belicista que hemos visto una y otra vez a lo largo de la historia de la humanidad. Recordemos que nadie es inmune a este posible funcionamiento y, por tanto, mientras seamos conscientes de la existencia de una verdad histórica, incluso cuando sepamos que estamos en el lado correcto, –el de les oprimides– debemos mantener esta atención a la reflexividad y a la confrontación, a la apertura y a la suspensión del juicio.
Dejar espacio para la reflexión, para la duda, para la confrontación con los aspectos incómodos inherentes a las diferencias y a las distintas posiciones. Sabemos hasta qué punto el modo "social" de comunicación apoyado en los algoritmos de las plataformas comerciales deja pocas posibilidades al pensamiento reflexivo; al contrario, apoya la posición esquizoparanoide de división en buenes y males, de polarización en verdadero y falso.
Tomar conciencia de cómo funcionamos puede ayudarnos a contrarrestarlo. Nos defiende del mecanismo de proyección en el otro de la crueldad y del instinto de matar, que es lo que luego nos lleva a justificar nuestra propia crueldad. El trauma hace que uno sea más propenso al acting out (el sujeto suele adoptar comportamientos agresivos e impulsivos para expresar experiencias conflictivas que no pueden expresarse con palabras y sólo pueden comunicarse a través del acting out, sin tener en cuenta, en modo alguno, las posibles consecuencias del acto) que a la mentalización y la concienciación.
Salir de este funcionamiento escindido y proyectivo es extremadamente difícil pero posible.
Hay que intentar no intoxicarse con discursos sin posibilidad de apelación. Dejar espacio a la curiosidad, al libre pensamiento crítico y personal, a la escucha de diferentes puntos de vista. Esto no tiene nada que ver con la tendencia totalmente "sinceramente democrática" de aceptar como interlocutores a personas de mala fe, porque son fascistas y provocadores, cuyo único objetivo es intoxicar un posible debate. Este tipo de enfrentamientos, que son clásicos de los programas de la televisión italiana, no son de lo que estamos hablando y son una pérdida de tiempo, además de ser maniobras para legitimar a personas racistas y fascistas cuyas bocas, por el contrario, deberían mantenerse cerradas porque son un presagio de destructividad.
¿Qué importancia tiene transformar el pensamiento en acción? Puede ser bueno para nosotres pasar de una sobreproducción de pensamientos, consideraciones, reflexiones y debates a una posibilidad de acción consecuente, de poner en acción lo que pensamos, de sentirnos efectivos en la realidad, de afectar la realidad, no sólo a través de las palabras sino en lo que experimentamos junto con otras personas, con nuestros cuerpos.
Es la experiencia cuando una comunidad se reúne después de acontecimientos catastróficos y traumáticos y encuentra en la reconstrucción y la reparación una respuesta fundamental para recuperar el sentido del poder, una respuesta que alivia el dolor. Es siempre una respuesta colectiva y coral. En estos momentos, más que nunca, es necesario mantener los lazos, mantener las relaciones que pueden hacer sentir un sentimiento de comunidad y evitar que el tejido psíquico colectivo se desintegre, de esta manera podemos intentar contener el sufrimiento de cada uno de nosotros, gracias a una toma de cargo y a una reconstrucción.
Porque existe una psique colectiva y debemos cuidarla, tanto como cuidamos a los individuos y a los pequeños grupos. Debemos intentar identificarnos unos con otros, sentirnos parte de un ideal común y sobre todo encontrar una posibilidad de reparación.
Como Brigada Basaglia, pensamos que una de las formas de estar en contacto con lo que está pasando, –y que nos hace sentir impotentes y resignades–, es sentirnos parte de una resistencia agitada y participante, sentirnos parte de una colectividad que se opone a lo que está pasando poniendo nuestros cuerpos en acción. Bien bajando a protestar junto a miles de personas y realizando acciones directas, bien creando espacios de encuentro y confrontación. Construyendo contextos sociales que puedan proporcionar una contención transformadora de las experiencias.
Hablando entre nosotres, dando espacio al pensamiento en oposición a la violencia ciega, escuchando testimonios y devolviéndolos a los demás en una cadena de intercambio y significación. Convertirnos en testigos actives del trauma dentro de nosotres y a nuestro alrededor, encontrar la manera de romper la cadena de destrucción y rabia para evitar que se repita este horror.
El "nunca más esto" sólo es posible si asumimos la responsabilidad de compartir, integrar y curar las heridas del mundo. Poner el horror en palabras, acoger y dar testimonio de lo que la gente sufre y contrarrestar los intentos de menospreciar y devaluar los relatos de los supervivientes, denunciando también la utilización del principio de identidad como justificación de una crueldad que no permite otra solución que la destrucción total del Otre en nombre de la propia identidad.
Las palabras y los razonamientos, como ya deberíamos habernos dado cuenta, no bastan y, de hecho, cuando no van seguidos de prácticas consecuentes, hacen que uno se sienta frustrade e inútil. Es crucial pasar a la acción, juntes. Crear nuevas formas de boicot con el objetivo de apoyar y proteger a la población, acciones directas, no sólo simbólicas, que tengan éxito. Apoyamos la importante iniciativa de los estibadores de Génova que se negaron a cargar barcos con armamento con destino a Israel y con sus cuerpos bloquearon una de las principales entradas al puerto.
Sería deseable crear un gran movimiento de masas organizado que pueda llegar a esos lugares e ir a apoyar a la población con apoyo material y psicológico, apoyar su resistencia y oponerse a la destructividad de la guerra.
Debemos contrarrestar la tendencia demasiado humana a preferir no ver y no sentir lo que duele, intentando no llevar solos esta enorme carga, sino compartirla y convertirla en una respuesta constructiva de responsabilidad, resistencia y reparación.
La versión original en italiano puede consultarse aquí.