Estática y Señal
Traducción de la primera parte de “Static and Signal” por Nikhil Pal Singh y Joshua Clover. Marzo 24, 2022. Verso Books.
Desde que empezó la pandemia, y con ella, la cadena de acontecimientos mundiales extraordinarios y cada vez más cotidianos que la han acompañado, muchas han diagnosticado el fin del neoliberalismo y los dolores de parto que anticipan algo nuevo que emerge en su lugar.
En la primera de las dos partes de esta serie1, Joshua Clover y Nikhil Pal Singh trazan la coyuntura actual y buscan respuestas entre los escombros del capitalismo global.
Estática y Señal
¿Ya se acabó el neoliberalismo? En la primavera del año pasado, mirando desde el núcleo imperial, en el Atlántico Norte, parecía que habían suficientes razones para creer que sí.
Al tratar de contemplar la política del presente (con todas las limitaciones que esa frase implica), los dramáticos acontecimientos, los cambios de marea y las revelaciones de los dos últimos años sin duda nos proponen algo así como una ruptura, o al menos una ramificación.
El tiempo y la escala son siempre un rompecabezas.
Al evaluar esta posible transición, o al menos franja en la que se producen cambios dramáticos, ¿será ahorita, el momento en el que nos hallamos, "La Pandemia", como a veces parece?
Llevamos dos años dentro de una tormenta de 100 años, con toda la claridad histórica que esto sugiere. Han ocurrido un sin fin de eventos desde abril del 2020, cuando la muerte masiva, tardíamente comprendida y transmitida por y a través del aire, se sincronizó en todo el mundo. En la serie de acontecimientos que le siguieron, algunos simplemente fueron coincidentes, pero la mayoría expusieron una debilidad ya existente: interdependencias complejas bajo presión, líneas de fractura social que ya habían llegado a un punto crítico.
Podríamos identificar varias de ellas: una geopolítica de arbitraje laboral y transferencia de tecnología restringida mantenida por una red planetaria de cadenas de abasto, que vincula a la mano de obra barata y a los recursos igualmente baratos a zonas de valor-añadido2 y poder adquisitivo lejano, cuya fragilidad quedó expuesta durante el largo invierno del contagio.
O los mercados laborales bajo la desindustrialización, definidos por la divergencia entre profesionales ricos y la precariedad de la clase trabajadora bajo la economía del ‘gig’ (dos fragmentos de clase a los que se les ha concedido los nombres artísticos temporales de "tele-trabajo" y "trabajadoras esenciales"), que parecen colapsar y recrearse bajo el epígrafe de la Gran Resignación.
O las indemnizaciones y moratorias de pago de la Deuda que parecían renunciar a décadas de austeridad doxa. Hay que añadir a esto los eventos que definen nuestra época como el Levantamiento de George Floyd. Y a éste, su parodia: el pseudo-golpe del 6 de enero; los acontecimientos que más escándalo provocaron durante la pandemia en los Estados Unidos pero también señales, igualmente caóticas y sin duda tenues, de la ruptura que la pandemia afirmaba.
Sin embargo, sigue siendo un reto lograr sintonizar las señales claras entre tanta estática, cartografiar el cambio de rumbo de las ondas transitorias. Estos últimos acontecimientos se sitúan de forma más plausible dentro del pasaje que supuso la propia presidencia de Trump, persistentemente representada como una especie de ruptura, su camino de estándares que quebró con sus acciones, supuestamente demarcando el final de una antigua cortesía y arco de progreso.
Dicha presidencia está anidada dentro de la sombría restauración de los múltiples nacionalismos blancos de antaño; dicha restauración está anidada, a su vez, pero no explicada adecuadamente con la llegada tardía de la disminución de oportunidades para una calidad de vida a casi todo el mundo excepto a las masas en China en el umbral de la América blanca.
Esta característica ofrece un momento marginalmente diferente para la ruptura, con Estados Unidos como el reloj cuenta el cronometraje, o quizás el tic-tac del cronometraje o es de un reloj sino de un bomba. Pero aún más importante por eso mismo, capturando el desvarío que fluye desde hace tiempo hacia afuera y que ahora refluye finalmente en el corazón esclerótico de la hegemonía.
Si la era neoliberal es ese nombre asignado para la época de las presiones inflacionistas, políticas, morales y económicas que había que domar (y luego quebrar, junto con el nivel de vida de la trabajadora estadounidense, como admitió célebremente Volcker3), ¿qué sugiere el hecho de que de la inflación y las presiones inflacionistas hayan regresado a nuestro presente?
Si, en las zonas geográficas tratadas como precursoras y como laboratorio de los Chicago Boys y el Consenso de Washington, la Marea Rosa está renaciendo tras un aparente reflujo; mientras tanto, la guerra de desgaste se está conduciendo en el corazón de Europa por primera vez desde la Pax Americana4. Teniendo en cuenta todo esto y más, parecía bastante sensato preguntarse, por lo menos, si estábamos al umbral de algo nuevo. Sobre todo teniendo en cuenta que la característica "y más" presenta, en su esencia, el hecho evidente de que el neoliberalismo había dado todo lo que tenía que dar y no le quedaba ya nada de jugo. No había razón imaginable para que pensar que continuaría, ¿cómo podría hacerlo?
Si desde hace un año el equipo de "¡por fin lo hemos superado!" parecía estar en ascenso, pero aún no terminaban de cocerse las habas. Casi llegábamos a esa incomparable alegoría del callejón sin salida, y entonces, ¡la bella estancia de Evergreen en Suez! Y con esto, el equipo “¡para mí sigue siendo neoliberalismo!” volvió a la cancha. Siempre es más seguro adoptar una postura de "¡no hay nada nuevo bajo el sol!", y así, hacerse pasar por sabio.
Hay que reconocer que tienen razón. Aunque no faltan horrores de final de temporada por enumerar, entre los que podríamos abrir con escombros económicos al por mayor; los nacionalismos atávicos, la indiferencia de las masas ante la muerte masiva, la guerra terrestre entrando a la escena con armas nucleares bajo el ala; un calorón mediterráneo en el Ártico, mientras los valientes políticos estampan el sello DRILL BABY DRILL en el último informe del IPCC5. Considerando todo esto, las fantasiosas denuncias que llegan desde lo alto sobre la estrechez de los mercados laborales, el despilfarro del gasto público y el aumento de la delincuencia, a pesar de que el petróleo, el gas y los pagos de bonos procedentes de Rusia siguen sacando a flote el menguante reino de Occidente, dejan entrever que no ha habido ninguna ruptura en absoluto. Pero esto se debe en gran medida a que (para volver al lugar desde el que siempre hemos querido empezar) en realidad no había nada con lo que romper. O, al menos, nada parecido a lo que la sabiduría popular sugería.
La Gran Nada
¿Hemos entrado a una época nueva, bajo un nuevo régimen? Como es habitual, el problema no es la respuesta sino la pregunta. En el propio debate se corre el riesgo de mistificar las condiciones actuales.
En el peor de los casos, el neoliberalismo como concepto explicativo prometía una especie de coordinación consciente, una imagen del mundo impuesta desde las alturas de la villa del Mont Pelerin6 y las tierras bajas de la Cuenca Tidal7. En el mejor de los casos, mostraba que algo había cambiado con el colapso del pacto económico de la posguerra, pero que era más bien un carácter emergente de la época, el tipo de coordinación inconsciente que Hayek prometió en su momento en nombre del mercado.
Proponía un mundo de deseos y necesidades aisladas, de demandas, de intereses, pero que todavía tenía —misterio de misterios— una especie de unidad y dirección que era la suma de esos retazos. Terrible, obviamente. Plagado de huracanes en el horizontes, evidentemente. Pero incluso esos vientos en contra, se nos dio a entender, permitían una especie de unidad, ya que nos obligaban a arrodillarnos aún más con el fin de evitar a las ráfagas más severas, esas ráfagas venideras y más amenazantes. Una generación agachada contra el suelo. Se trataba de miseria, sí, pero al menos era una época que existía, la podíamos identificar, tenía un nombre. "¡El orden neoliberal!", como lo denominaban un artículo tras otro, al principio triunfalmente y luego con creciente desesperación, haciendo un amplio ademán hacia algún término cuyo carácter era inmanente, pero que nunca apareció del todo. Nunca se manifestó en su totalidad.
Sin embargo, puede ser que la característica más catastrófica del neoliberalismo fuera la creencia de que era algo. No lo era. No era un orden. Aunque ciertamente tenía características perennes: el afán del capital por destruir el movimiento obrero, por ejemplo, o la marcha implacable hacia todos los sectores de la lógica atomizadora del mercado, estos elementos no pueden proporcionar una lógica interna a un periodo concreto. Son inherentes al capitalismo: están ahí desde el principio, están ahí hasta el final.
Si el "neoliberalismo" describe un determinado nivel de desarrollo para estos atributos (y no estamos seguros de que lo consiga realmente), tampoco puede explicar simultáneamente cómo han alcanzado estos niveles. Mientras tanto, lo que nos parece cada vez más claro es que el lapso se caracterizó por no tener ninguna coordinación social particular, consciente o automática, liberadora o maléfica. Ni el capital ni sus antagonistas tenían un plan, en realidad. "El nuevo espíritu del capitalismo” fue el desgaste, la extracción y el agotamiento. El crecimiento se terminó y se quedó así. A pesar de todo el parloteo sobre el híper-partidismo y la polarización, el centro perduró. Un desfile canoso de nigromantes, uno tras otro, pretendiendo resucitar de entre los muertos a la acumulación. Había un montón de rigidez institucional8. Se inmiscuyó aún más a una gran parte de un mundo ampliamente inmisericorde. Los últimos dos años se han sentido como una especie de pasillo. Y sin embargo: la volatilidad ha dado paso a la volatilidad, el callejón sin salida al callejón sin salida.
Esta constatación es un preludio, pero es necesario. No hay una nueva dominación porque no hubo una antes, para no hablar de ella. Sí han sido cincuenta años contemplando cómo los más grandes depredadores escarban entre los escombros, saqueando lo que quedaba y arrastrándolo hasta el ático pero sin crear suficiente valor para mantener estable el propio capital. La nada que no está y la nada que es, escribió el poeta9. Así es el mundo desde 1965.
Con esto no queremos sugerir que no hay enemigo ni lucha que librar, que no hay historia ni suelo. En realidad, todo lo contrario. Tenemos que volver a concebir la forma y el carácter de esa lucha, de nuestra posición histórica. La lógica imperante en una gran parte del espectro político, desde los liberales clásicos hacia la izquierda, comparten dos rasgos entrelazados que creemos que hay que dejar atrás. Aparecen a veces explícitamente, a veces como suposiciones no declaradas.
Por un lado, la operación, tal vez inevitable pero con demasiada frecuencia no inspeccionada, de extraer analogías explicativas basadas en momentos pasados que comparten con el presente una forma similar, una homología, pero que no presentan la misma dinámica o conjunto de factores. Podemos decir una y otra vez que este momento es como 1848, o 1870, o 1914, o 1937. Nos equivocaremos, rotundamente, cada vez. La línea que sube no puede explicar la línea que baja, aunque sea topológicamente inevitable que haya un punto en cada línea a la misma altura.
En segundo lugar, inseparable del primer rasgo, es la constatación de que la historia sigue siendo un proceso progresivo, en el sentido de que hay algo que se desarrolla dentro de una época antigua de la que nacerá la nueva y supuestamente época redentora, aunque haya un interregno monstruoso entre ambas. Habrá una culminación. El estado actual de las cosas se desmoronará y se reformará a un nivel superior, invirtiendo los poderes al alcance de la mano contra las mismas fuerzas que los desarrollaron. Esta es una historia, no la mejor, que se cuenta sobre "la dialéctica". Más concretamente, es la historia contada por cualquier conjunto de movimientos liberales y progresistas que dependen —para sostener su imagen— de un orden social mejor, de crecimiento de un tipo u otro; de la riqueza social, el poder productivo, la fuerza de trabajo, un arco moral ascendente, etcétera.
Sin embargo, lo que caracteriza nuestra época, a diferencia de las estructuras anteriores de un capitalismo fundado en la colonización y la expansión imperial, son los rígidos límites que eliminan tales soluciones. El crecimiento capitalista, incluso en sus mejores momentos, dependía de la miseria y de la transferencia de valor brutalmente impuesta desde unos recintos a otros; ni siquiera eso está disponible en el menú esta opción. Sí, el saqueo continúa, al igual que la concentración del valor existente. Sin embargo, la acumulación tambaleante pero alarmante que acompañó a las revoluciones industriales parece haber quedado en el pasado. Las soluciones basadas en ese crecimiento, en el dinamismo económico, en la gran inversión en tecnologías deseables, no se manifiestan.
Ese es un límite. Y el otro comparte con éste un origen. Los procedimientos, cada vez más perfeccionados, para fijar la fecha de aparición del cambio climático antropogénico lo sitúan ahora a pocos años del desarrollo de la máquina de vapor de Boulton y Watt. Las realidades del colapso climático proporcionan limitaciones aún más duras para el crecimiento que el carácter autodestructivo de la producción de plusvalía, y nos dejan aún más decisivamente sin coordenadas pretéritas con las que medir el presente.
Estos son los callejones sin salida del presente, y lo han sido durante algún tiempo. Se podría argumentar que esta posición es una especie de "declinismo10"; ¿quién podría discutirlo? Pero para que ésta sea una crítica con sentido, hay que suponer que la salida requiere, de alguna manera, de creer que un futuro más emancipado porque es más productivo es aún viable. La salida, por desgracia, no transita de la mano de la fe, sino de las realidades.
La Guerra Fría de siempre
El liberalismo, dentro del cual incluimos a la gran mayoría de los conservadores, no puede resistir la tentación de mirar hacia atrás, hacia la Guerra Fría, para vislumbrar el camino a seguir. Este es el núcleo de su nostalgia. Tal vez sea generoso utilizar ese término para el acto de buscar en un pasado ajeno soluciones a los rompecabezas del presente. Pero la nostalgia es una especie de ensoñación, aunque abandone lo más utópico de la fantasía: la posibilidad de una ruptura.
La competencia de Estados Unidos en la Guerra Fría contra la Unión Soviética promovió un marco estratégico para una economía política de crecimiento después de la Segunda Guerra Mundial. Con ello, daba acomodo tanto a la descolonización en el exterior como a las presiones de reforma civil y económica en el interior.
En esta concepción, los Estados Unidos, como centro del mundo, se enfrentaron a la dictadura soviética y ofrecieron "que su ascenso significaría el triunfo de todas11" a través de la difusión y la supervisión ilustrada del capitalismo a escala mundial.
El compromiso de la guerra contra el bienestar social (welfare-warfare) de Estados Unidos pretendía equiparar el poder militar mundial dominante con el reto moral de incrementar la igualdad social y el nivel de vida mediante el compromiso entre clases, y así eliminar al régimen coercitivo definido por las reivindicaciones de superioridad racial y de civilización.
De este modo, la Guerra Fría prometía un desfile tan virtuoso de paz global y prosperidad doméstica bajo el liderazgo del tan benigno Estados Unidos. Esta visión fue invariablemente contradicha e infinitamente reiterada cada vez que las poblaciones, ya sean nacionales o de ultramar, rechazaban las preferencias estadounidenses, o exigían más de lo que se les ofrecía. Guerras, golpes de estado, revueltas y asesinatos le siguieron por detrás del talón a esta doctrina en tan poco tiempo, con el resultado de millones de muertos. Los cadáveres: desde América Latina hasta el sudeste asiático, y el lado sur de Los Ángeles.
Las catástrofes de la guerra de Vietnam, las revueltas urbanas de finales de los sesenta que sacudieron cientos de ciudades estadounidenses y el choque energético de principios de los setenta, poco después, demostraron los fracasos de la síntesis de la Guerra Fría. En su lugar, el consenso de la élite progresista que apoyaba una economía de crecimiento y una “paz duradera" dio paso a la visión más belicosa de los Estados Unidos en oposición a las aspiraciones de un Nuevo Orden Económico Internacional, y al compromiso de clases y relaciones raciales en casa. Ronald Reagan propició este cambio prometiendo calentar la Guerra Fría, y finalmente se le atribuyó el mérito de haberla ganado. Una década más tarde, con la primera intervención militar estadounidense a gran escala en el Golfo Pérsico, se enterró el "síndrome de Vietnam" bajo la bandera de un "nuevo orden mundial". Le siguió el intervencionismo estadounidense en Irak y Afganistán, bajo la premisa de que el 11-S12 creó lo que la asesora de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, denominó "un instante de ventaja" para reordenar permanentemente la geopolítica mediante el control estadounidense de los núcleos energéticos del mundo. Los objetivos subyacentes seguían siendo los de siempre, según la concepción de George Kennan: aprovechar el poder militar en aras de la disparidad económica a largo plazo sin "detrimento positivo" para la seguridad nacional de EEUU.
Para la guerra global contra el terrorismo, es decir, para esa reciente pero ya no nueva transmutación de la política de la Guerra Fría, fue necesaria una realidad social cada vez más desecada. Si la declaración de Lyndon Johnson de una "guerra contra la pobreza" en 1965 fue la culminación doméstica en EE.UU. de la alianza contra el asistencialismo estatal de la posguerra, respaldada por una promesa de inclusión hacia la comunidad negra estadounidense en la "sociedad acomodada", entonces la declaración casi simultánea de una "guerra contra el crimen" comenzó a hacer metástasis en el más grande archipiélago gulag del mundo. "¿Quién necesita al negro?", se preguntaba el sociólogo Sidney Wilhelm, sugiriendo que las personas negras excedentes de una economía en declive estaban a punto de "seguir el camino del indio americano". "¡Sin justicia, no hay paz!", se convirtió en el nuevo encantamiento. La guerra del desgaste acababa de empezar.
Aquí llegamos al sustrato del suelo, no del capitalismo industrial entendido como una espiral virtuosa de crecimiento auto-expansivo, sino del capitalismo de colonos, bajo el dominio de las exigencias de la acumulación, pero devuelto al macabro sistema de suma cero, definido por el arte de la estafa y la fuerza de la expropiación directa. ¿Y si en el presente, tan desgarrado, volvemos a encontrar un capitalismo colonial y su característica rivalidad imperial, no a través de la forma de un momento histórico y sus posibilidades previamente expuestas, sino en la adopción de técnicas para preservar una dominación que no tiene futuro en su seno?
La cosa aquí es que el reciente estado-mercantil no fue sólo una destitución sino un crecimiento parasitario del Estado social y de desarrollo nacional. Se trata de un resultado, además, fruto del fracaso previo de la universalización del proyecto desarrollista, que se desmoronó primero en el exterior y luego en el interior, dentro de los límites del propio Estados Unidos.
Es en este sentido donde podemos ver más claramente cómo la "época neoliberal" carecía de la particularidad que en su día se le atribuyó. La esencia de la política de "desarrollo" de Estados Unidos en el extranjero, desde América Latina hasta el sudeste asiático, operó desde el principio dando prioridad a nuevas formas de asistencia policíaca, a esa descentralización del Estado, a la contratación privada y a sistemas de austeridad respecto a la provisión de asistencia social, en los que los asesores estadounidenses trataron de reconstruir países enteros de manera que alimentaran los centros globales de acumulación de capital. El movimiento brusco y a cámara lenta de este acuerdo pronostica y expresa a la vez el movimiento más amplio que hemos tratado de atrapar, uno que nos lleva a vislumbrar la cegadora luz del día de hoy.
Las tensiones entre China y Occidente han aumentado a medida que China ha intentado convertirse en algo más que un simple taller para las empresas estadounidenses y beneficiarse del arbitraje laboral mundial. Desde el punto de vista de las élites estadounidenses, esto ha supuesto la exclusión del sueño de más de un siglo de que los mercados de China serían finalmente suyos, una pérdida que en los últimos años ha reanimado el agravio fundacional de la extrema derecha estadounidense que surgió en la escena mundial al inicio de la Guerra Fría, enfurecida por "la pérdida de China". Al eludir su incorporación a la esfera colonial de Occidente y conservar una relativa autonomía con respecto al imperio estadounidense durante la Guerra Fría, China pasó de tener un producto interior bruto equivalente al de Haití y Sudán en 1980 a convertirse en la segunda economía del mundo en 2010, un logro asombroso.
Mientras Estados Unidos libraba, según algunas estimaciones, una guerra de ocho trillones de dólares en Irak y Afganistán, y lanzaba otro trillón al fallido programa de aviones de combate F-35, China gastaba menos de una quinta parte de esa cantidad en su Iniciativa de la Franja y la Ruta13, cuyos miembros comprenden ahora casi el 50% de la economía mundial. Aunque el resultado de China como hegemón sucesor de EE.UU. a escala mundial sigue siendo dudoso, sigue siendo forzosamente una aspiración, y es en esos términos que tanto las élites chinas como las estadounidenses ven las cosas en la actualidad.
Como dijo recientemente el presidente Biden, China tiene "el objetivo general de convertirse en el país líder del mundo, el más rico y el más poderoso. Eso no va a ocurrir durante mi mandato". Quizás el mayor logro de Trump ha sido la tan esperada figura de un némesis en operación desde la posguerra fría, es decir, la respuesta arraigada en un consenso bipartidista en torno a colocar a China como la principal amenaza geoestratégica para "el modo de vida estadounidense".
A su vez, la cuestión geopolítica central del próximo periodo será si Estados Unidos y China pueden mantener un acuerdo medio pacífico frente a sus respectivos sistemas tecnológicos divergentes, modos de gobierno distintos, y sus mercados capitalistas. Será un periodo de ajustes muy feos, envuelto de una catástrofe ecológica planetaria.
Al ver los más recientes acontecimientos en el panorama mundial, de seguro algunas están sucumbiendo a la tentación de suponer que la invasión rusa en Ucrania cambiará la narrativa, devolviendo la credibilidad al liderazgo global y al propósito bélico de Estados Unidos, especialmente al estar hombro con hombro con Europa.
Con Alemania preparada para ofrecer un aumento sin precedentes de cien mil billones de euros en gasto militar para la próxima década, con la capacidad demostrada de coordinar las sanciones económicas y la resolución moralista a la altura de grados similares de gestión de crisis financieras bajo los auspicios de la Reserva Federal de Estados Unidos, el Occidente conserva sin duda la primacía agentiva, el liderazgo de ésta.
Lo que ahora parece ser aventurerismo ruso, junto con la típica quietud china (por no hablar del tratado transaccional por el petróleo venezolano e iraní) expone las afirmaciones sobre las potencias revisionistas emergentes como una tontería paranoica. Pero tampoco la nostalgia de la Guerra Fría va a restaurar el reino menguante de Occidente. El militarismo ruso puede ser la gota que colma el vaso de décadas de dogmatismo de austeridad en Europa, pero también es probable que acelere la fragmentación geopolítica de una cohesión ya atenuada por la extracción de riqueza de suma cero de la eurozona desde su periferia hacia su núcleo en donde, en palabras de Matthias Kaelberer, "la plusvalía de una es el déficit de la otra".
Si la guerra de Ucrania divide las aguas, lo hace en el sentido de que pone fin a las fantasías milenarias de la hiperpotencia de Estados Unidos, es decir, el Fin del fin de la historia. Pero el gasto en armamento nunca sustituirá a la política industrial, ni mucho menos la revivirá. Más bien seguirá despilfarrando, contaminando y desplazando el gasto discrecional socialmente necesario en la medida en que exista, preparando el terreno para la siguiente espiral destructiva. "La causa de la guerra es la preparación para la guerra", sentenció el gran W.E.B. Du Bois tras la Primera Guerra Mundial. El gasto militar impulsará a los proveedores militares, sin duda. Pero el keynesianismo militar, al igual que todos los demás keynesianismos, tiene un pasado y no un futuro. Pero ahí encontramos el otro gran suspiro de nostalgia, que dejaremos para la segunda parte.
Nikhil Pal Singh es profesor de Análisis Social y Cultural e Historia en la Universidad de Nueva York, y director del Programa de Educación Penitenciaria de la misma universidad. Su libro más reciente es Race and America's Long War. De próxima publicación, su libro Reconstructing Democracy (University of California Press).
Joshua Clover es autor de siete libros, entre ellos Riot.Strike.Riot: the New Era of Uprisings de Verso; está trabajando en Two Problems, Two Limits, the Rev, FKA "value theory for the end of the world". Trabaja en la Universidad de California Davis, tiene un gato, es poeta, y el taller ahuehuete lo quiere mucho y lo fastidia en cantidades proporcionales. Todavía no nos bloquea, pero nunca es tarde.
Traducción de la versión original, en inglés, para VersoBooks. For the English version, please follow this link.
A nivel empresarial de análisis de coste-beneficio, significa la diferencia entre el ingreso de una empresa y los costos de materia prima, el capital fijo y variable. En términos económicos, el valor agregado es el valor económico adicional que adquieren los bienes y servicios al ser transformados durante el proceso productivo.
“El secreto de por qué esos productos de la descomposición del valor mercantil se manifiestan siempre como los supuestos de la formación misma del valor es, simplemente, que el modo capitalista de producción, como cualquier otro, no sólo reproduce constantemente el producto material, sino además las relaciones económico-sociales, las determinaciones formales económicas bajo las cuales se forma ese producto. Por ello, el resultado de dicho modo de producción aparece constantemente como presupuesto a él, sus presupuestos aparecen como sus resultados. Y es esta reproducción constante de las mismas relaciones la que el capitalista individual da por descontada, como hecho sobrentendido, indiscutible.” Marx, Karl. Capital, volumen III.
Paul Adolph Volcker (1927 - 2019), economista estadounidense, director de la Reserva Federal durante las presidencias de Carter y Reagan.
Pax Americana (en español paz americana o paz estadounidense) es una expresión utilizada para designar la supremacía de los Estados Unidos tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, en especial sobre el hemisferio occidental, y la paz y prosperidad que ese sistema generó para algunos países bajo su influencia durante la guerra fría.
Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático.
La Sociedad Mont Pelerin es una asociación multidisciplinaria creada, en palabras de sus propios fundadores y seguidores, para preservar los derechos humanos amenazados por la difusión de ideologías relativistas y afines a la extensión del poder arbitrario. Por sus características puede englobarse dentro de los grupos conocidos muy posteriormente a su creación como think tanks.
La Cuenca Tidal es una ensenada artificial, adyacente al río Potomac, en Washington D. C. Forma parte del Parque West Potomac y está rodeada por los monumentos a Jefferson, Roosevelt, Martin Luther King y George Mason.
La dependencia del camino (path dependence o path dependency) o "rigidez institucional" se da cuando el resultado de un proceso depende de la secuencia completa de las decisiones tomadas hasta el momento y no solo de la situación actual. En la economía política burguesa se utilizó en un inicio para el estudio comparado de las políticas sociales del Estado de bienestar.
“Nothing that is not there and the nothing that is”, fragmento de un poema de Wallace Stevens titulado “The Snow Man”: Uno debe tener un ánimo de invierno / Para considerar la escarcha y las ramas / De los pinos encostrados por la nieve / Y haber tenido frío un largo tiempo / Para contemplar los enebros enmarañados con hielo / Los abetos, agrestes en el brillo lejano / Del sol de enero; y no pensar / En ninguna aflicción en el sonido del viento / En el sonido de unas pocas hojas / Que es el sonido de la tierra / Llena de ese mismo viento / Que sopla en el mismo desnudo lugar / Para el oyente, el que escucha en la nieve / Y, en sí mismo nada, contempla. / La nada que no está allí y la nada que está.
El declinismo es la creencia en que una sociedad o institución tiende a la decadencia. En particular, es la predisposición, posiblemente causada por un sesgo cognitivo, como la retrospección rosada, a ver el pasado de forma más favorable y el futuro de forma más negativa.
“Lift all boats”, expresión en inglés.
11 de Septiembre, 2001.
La Iniciativa de la Franja y la Ruta (en inglés: Belt and Road Initiative, BRI), Nueva ruta de la Seda u OBOR (sigla del inglés One Belt, One Road) es una estrategia de desarrollo de infraestructura global adoptada por el gobierno de la República Popular China en 2013 para invertir en alrededor de 70 países y organizaciones internacionales.